jueves, 30 de diciembre de 2010

TRUHÁN, GUIÓN (30/12/2010)

Está feo decirlo, pero siempre se me ha dado bien la ortografía. En cierta ocasión - uno de esos pequeños momentos de gloria que la vida concede al hombre corriente y cuyo recuerdo sólo él conserva, como un preciado tesoro – un profesor con ganas de renovar la vieja disciplina del dictado, recitó a la clase un texto sin incluir los signos de puntuación. Un servidor, además de colocar los acentos correspondientes, las haches y demás aparato ortográfico, tuvo a bien hacer lo propio con las comas, que el texto pedía a gritos como si estuviera enseñando las vergüenzas. Cuando el profesor anunció que cada coma ausente era una falta ortográfica a contabilizar, la clase explotó de ira: ¡No avisó! Los alumnos más brillantes, desde la serenidad de sus pupitres inmaculados, decretaron con gravedad: inaceptable. Gritos, alboroto infantil. Había estallado una revuelta y el maestro parecía flaquear. En un último esfuerzo, alzó su voz ronca sobre el coro de voces albuminosas: ¡Entreguen los que tengan cero faltas! Me puse en pie, y entre avergonzado y orgulloso, recorrí en solitario el pasillo que me separaba de la mesa del profesor. Se hizo un silencio espeso, acusador. ¿Por qué pusiste las comas, Herraiz?, susurró una voz. No lo se, respondí. Veintinueve años después, sigo sin saberlo. De una cosa sí estoy seguro: no fue por cumplir ninguna regla. Las ortográficas siempre me han parecido un artificio desagradable, un intrusismo algebraico en el pacífico paisaje de las letras. Una palabra lleva acento por la misma razón que usted es moreno o su nariz, chata. Porque sí, sin necesidad de una regla que lo justifique. La Real Academia no piensa igual y acaba de publicar su nueva ortografía, con algunas novedades impertinentes. Veintinueve años después, me pongo de parte de los que gritan. Rebelión. Truhán. Guión.

sábado, 18 de diciembre de 2010

EXPULSADOS DEL PARAÍSO (17/12/2010)

En la vida de toda persona existen ramales biográficos que se cortaron abruptamente, carreteras hacia experiencias personales que nunca llegaron a su destino y trenes que pasaron de largo sin detenerse. Bueno, en realidad, algunos sí se detuvieron, pero alguien nos puso la zancadilla en el andén o simplemente no nos decidimos a subir. Hace diez años, estuve a punto de convertirme en controlador aéreo. Sí, sí, como lo leen. Después de acudir a un remoto lugar del inhóspito extrarradio madrileño al que no sabría regresar aunque me aplicaran tormento, y permanecer allí cinco horas haciendo absurdos ejercicios psicotécnicos, logré pasar con éxito la primera de las pruebas de acceso. Unas semanas después, hice lo propio con el examen de inglés. La última prueba consistía en una entrevista personal. Me presenté allí con mis mejores galas y mantuve un encuentro cordial con un personaje muy serio, encargado de evaluar en diez minutos mis aptitudes mentales para el oficio de controlador. Por aquel entonces, yo tenía el lomo tan apaleado por exámenes de oposición infinitamente más complicados, que aquello me parecía un juego. No acababa de comprender que aquel entrevistador era en realidad el guardián de las puertas de un paraíso terrenal: sueldos millonarios sin apenas trabajar. La noticia del suspenso no me cogió por sorpresa. Demasiado fácil. No podía ser. Luego descubrí que todos los aprobados tenían una recomendación de algún controlador y que el sistema funcionaba con una endogamia brutal. Me habían tomado el pelo, pero continué con mi vida sin grandes amarguras. Diez años después, les ha tocado a ellos: los controladores han sido expulsados del paraíso. No me alegro por su desgracia, ni tengo entre las manos la soga de un tal Lynch. Simplemente, me libré.

viernes, 10 de diciembre de 2010

PISA (10/12/2010)

La torre está inclinada, aunque nadie parece dispuesto a reconocerlo. El informe Pisa, que cada tres años evalúa el nivel académico de los alumnos de secundaria en 65 países de la OCDE, vuelve a dejar a España en mitad de la tabla, con cifras en competencia lectora, científica y matemática por debajo de la media. La noticia ha tenido menos impacto que otros años. Desde la publicación del primer informe en el 2000, la posición de nuestro país se ha estancado y la sociedad española parece resignada a aceptar que nuestros adolescentes no son los más listos de la clase. Existe un problema añadido: en España, educación y política son casi incompatibles. La primera necesita consenso social a largo plazo y la segunda, por la pobreza de miras de quienes la ejercen, es incapaz de proporcionárselo. Como resultado, tenemos unas cifras de fracaso escolar que asustan y un nivel educativo que nos sitúa en una mediocridad impropia de un país que aspira a figurar entre las economías más avanzadas del mundo. ¿Deberíamos imitar a los países asiáticos? Nuestro ministro de Educación afirma no envidiar los resultados de algunos de ellos, como Corea del Sur, basados en la competitividad extrema. Quizá tenga razón. Sin embargo, tengo la impresión de que en España, muy especialmente en las Comunidades Autónomas de menor renta, predomina una actitud que reniega de la competitividad, casi abúlica, gracias a la pasividad de las autoridades educativas competentes. Repetir curso no debería ser una anécdota. Es un fracaso. No definitivo, ni estigmatizante, pero un fracaso. Las pizarras digitales, las aulas informatizadas, son magníficas, pero no resuelven el problema. Potenciar el orgullo y la autoestima de los alumnos podría llegar a ser una medida mucho más efectiva.

viernes, 3 de diciembre de 2010

WIKILEAKS (03/12/2010)

Al principio pensé que se acababa el mundo. Un jovenzuelo de 22 años había sido capaz de robar varios gigabytes de documentos ultrasecretos de la diplomacia norteamericana, con el sofisticado sistema de grabarlos en un cd camuflado con una foto de Lady Gaga. Surrealista. John Le Carré debió plantearse muy seriamente abandonar las novelas de espionaje y dedicarse a los cuentos infantiles. Al final no ha sido para tanto. En primer lugar porque los promotores de Wikileaks han ignorado una ley económica fundamental, la de la escasez, que aconseja que los bienes escasos deben ser racionados para que sigan siendo percibidos como valiosos. Hacer públicos 250.000 documentos ha saturado el mercado informativo de una forma tan brutal, que la revelación más jugosa y políticamente sensible del mundo nos parece hoy una anécdota. Dentro de la categoría de hombres públicos que son exactamente como parecen – Berlusconi, Putin y compañía – no se puede decir que las filtraciones hayan hecho demasiados estragos. Sus reputaciones eran, probablemente, irrecuperables. Sin embargo, el sector más maquiavélico de la profesión política – aquellos que no son exactamente lo que parecen, es decir, casi todos – sí que se ha visto algo tocado por el escándalo. Ahora resulta que el gobierno español estaba lleno de halcones que decían “sí señor” a cualquier sugerencia del embajador estadounidense. En todo caso, nada irreparable. Ninguna de las categorías de documentos top secret del Departamento de Estado se ha visto afectada por la filtración. Como mucho se han destapado algunas cartas y se ha descubierto a jugadores con barajas marcadas. Al final, como en las películas de Hollywood, todo habrá sido un complot orquestado por los propios americanos. Relájate John, tienes best-sellers para rato.