Y las patas de
las mentiras también lo son. Eso es lo que parece que un grupo anónimo de
hackers se ha empeñado en demostrar al apoderarse de las bases de datos de
Ashley Madison, una peculiar empresa de contactos canadiense con más de 31
millones de clientes en 45 países. “La vida es corta. Tenga una aventura”. Así
reza el slogan de la empresita de marras, un brindis a la infidelidad, a la
cana al aire, una oferta de aventuras extramatrimoniales en el anonimato de
internet que ahora puede convertirse en una pesadilla para millones de clientes
- hombres en un 80% - que ven amenazada su reputación de buenos padres y madres
de familia. Y no se crean que para ser cliente de Ashley Madison hay que vivir
en Minnesota o Wisconsin: si consultan el mapa mundial de ciudades donde viven
los aspirantes a infieles, se sorprenderán de ver nombres tan familiares como
Andorra, Alcorisa, Calanda, Valderrobres, o Alcañiz. ¿Qué piensan hacer estos
hackers con la información robada? Eso mismo se estarán preguntando desde hace
días unos cuantos millones de infelices, entre ellos, posiblemente, alguno que
esté leyendo estas líneas. No se sabe a ciencia cierta, pero seguro que nada
bueno. La policía canadiense ha informado ya de varios intentos de extorsión y
de un par de suicidios. La verdad, espero que a ninguna otra víctima se le
ocurra una salida por la tangente tan radical y dramática. En los tiempos que
corren, donde por suerte ya nadie amenaza a sus semejantes con la condenación
eterna - o si lo hace, se le toma a bufa - no creo que los juicios sobre el
comportamiento sexual o sentimental de los demás importen demasiado. Si alguien
ha sido cazado en una mentira, que lo afronte con entereza. Y que aprenda la
lección. Poner los cuernos a tu pareja siempre conllevará peligros y nadie, ni
siquiera una tal Ashley Madison, podrá impedirlo.
viernes, 28 de agosto de 2015
sábado, 22 de agosto de 2015
NO TE PIQUES, PIQUÉ (21/08/2015)
Mi carrera de
árbitro de baloncesto fue fugaz. Como buen empollón que soy, del reglamento me había
aprendido hasta el pie de imprenta y mis jefes llegaron a la conclusión de que estaban
ante una joven promesa del arbitraje aragonés. No tardaron mucho en averiguar
su error. En mi primer partido se produjo la increíble fatalidad de que el
equipo local, que ganaba de tres puntos a pocos segundos de la bocina final,
encajó un triple desde una distancia sideral – y probablemente fuera del tiempo
reglamentario – lo que le llevó a una prórroga que indefectiblemente perdió. Lo
último que recuerdo es que abandoné el pabellón atravesando un pasillo humano
que gritaba histéricamente: “¡Rabanito! ¡Rabanito!” Mi segunda experiencia no
fue mejor. Uno de los jugadores se abalanzó sobre mí y lo tuvieron que sujetar
entre varios compañeros. Al parecer le sentó fatal que al venir a pedirme
explicaciones tras el partido - de muy
malos modos, por cierto - yo le contestara que su verdadero problema era que no
sabía perder. La tercera fue la guinda. A uno de los escasísimos espectadores
que contemplaban el partido se le ocurrió tomar el nombre de mi madre en vano,
y esta vez fui yo el que quise las explicaciones: paré el partido, subí a la
grada y le pregunté al individuo – que se quedó blanco como la nieve – que por
qué afirmaba que mi madre era una prostituta, si no la conocía de nada… Allí
acabó todo. Aquella experiencia me enseñó que un árbitro debe tener una personalidad
de acero – es obvio que yo no la tenía - y despertó en mí una admiración por el
colectivo que he conservado hasta hoy. Hace unos días, el jugador del Barcelona
Gerard Piqué fue expulsado por mentar a la madre de un juez de línea y me
alegré. Ayer le sancionaron con 4 partidos y me alegré todavía más. De haber
estado delante se lo habría dicho: no te piques, Piqué.
ASESINOS (14/08/2015)
Hace unos meses,
en una chopera junto a la carretera, apareció el cadáver de un hombre. Alguien
lo había dejado allí tirado, después de liquidarlo a balazos, indocumentado,
con la esperanza de que el caso pasara a engrosar la lista de los crímenes sin
resolver. Esperanza vana. La guardia civil, a quien se adjudicó la
investigación por tratarse de un pueblo pequeño, comenzó a tirar del ovillo y
acabó deteniendo a los culpables, un grupo de traficantes que se encontraba de
paso en España. Al parecer, se trataba de un ajuste de cuentas porque la
víctima viajaba con sus asesinos cuando se produjo el crimen. Este es el tipo
de noticias que no llaman demasiado la atención – se trata de un suceso más
bien vulgar – pero que describe muy bien la clase de país en el que vivimos: en
España, si te cargas a alguien, tienes muchas posibilidades de acabar entre
rejas. Un rasgo que distingue a las sociedades avanzadas de aquellas otras que
viven más cerca de ese “estado de naturaleza” del que hablaba Rousseau. En las
primeras existe una maquinaria policial y judicial muy bien engrasada, es decir
motivada y razonablemente bien pagada, para que se cumpla aquel viejo dicho de
que quien la hace la paga; en las otras, y tenemos abundantes ejemplos en
países centroamericanos, la policía puede llegar a ser tan peligrosa como los
mismos delincuentes, y la impunidad suele ser ley aún en los delitos más
graves. Estos días de verano, en España, la prensa recoge noticias de
asesinatos que se convierten en terriblemente mediáticos. Sin embargo, hay
otros de mucho menos relumbrón. ¿Quién investiga y resuelve el asesinato de un
extranjero, traficante, con escaso o ningún vínculo con nuestro país? Un cuerpo
policial de primer nivel mundial, como el español. Con nuestros impuestos lo
pagamos. No me cuesta nada sentirme orgulloso.
viernes, 7 de agosto de 2015
PEPINOS NUCLEARES (07/08/2015)
Después de arduas
negociaciones, el pasado 14 de julio se firmaba en Viena el acuerdo para
limitar el programa nuclear iraní, por el que el régimen de los ayatolás se
compromete a no desarrollar ni adquirir “bajo ninguna circunstancia” armas
nucleares. El asunto, cuyas auténticas repercusiones se nos escapan a los
simples mortales, justificó la reunión de los países más poderosos de la
tierra: Estados Unidos, Rusia, China, Gran Bretaña, Francia y Alemania. Sería
difícil encontrar, dentro de las actividades humanas, una disciplina más
hipócrita que la diplomacia nuclear internacional. El punto de partida de
cualquier negociación sobre el tema debe comenzar así: yo tengo derecho a
poseer armas nucleares y tú no. ¿Por qué? – pregunta alguien. Por dos motivos –
responde el otro. Porque no eres mi amigo y porque no me fío de ti. Y así acaba
todo. Bueno, a continuación el iraní toma la palabra y larga un
discurso-denuncia sobre la injusticia que supone que su gran enemigo – Israel –
disponga del arma y ellos no. No sé exactamente qué ocurre después. Imagino que
todos dirigen su mirada a Obama y este enseña su bonita dentadura mientras
dice: ¿pasamos a discutir los detalles? Legiones de funcionarios preparadísimos
pergeñan un estricto calendario de inspecciones para impedir que los ayatolás
nos tomen el pelo, se alcanza el acuerdo, y se levantan las sanciones que
pesaban sobre Teherán desde tiempos inmemoriales. Fotos conmemorativas,
apretones de manos y fin de la historia… No me interpreten mal. Bendita
diplomacia y bendita hipocresía. Cuando se negocia en el siniestro mercado de
los pepinos nucleares, hay que dejarse los escrúpulos en casa. Lo importante es
minimizar riesgos y conseguir que Hiroshima siga siendo irrepetible. ¿Y en las
fotos? Sonreír, sonreír. Como si no hubiera un mañana.
lunes, 3 de agosto de 2015
CECIL (31/07/2015)
Cecil era un león
que vivía en el Parque Nacional de Hwange, Zimbabue, y un dentista lo mató. No,
no es que tenga intención de ajustar las cuentas a todo el gremio dental por
alguna escabechina perpetrada contra alguno de mis molares, no. Walter James
Palmer, que así se llama el matarife, podría ser dentista, columnista de prensa
escrita o fresador. Es indiferente. Lo relevante es que su "hazaña
deportiva" lo ha colocado en la palestra internacional y medio mundo a
estas alturas sabe qué aspecto tiene, en qué trabaja o a qué dedica el tiempo
libre. Resulta que al muchacho le gusta la caza mayor o el "big
game". Es curioso que la lengua anglosajona todavía lo llame juego, como
si el tiempo no hubiera pasado y esas fotos de color sepia en las que los
ociosos aristócratas de los siglos pasados posaban junto a sus víctimas todavía
fueran algo de lo que sentirse orgulloso. Nuestro Walter también se hacía
fotos, pero a todo color. Al parecer su perfil de facebook está lleno de imágenes
de rinocerontes, osos y leones muertos, junto a los que posa con una expresión
tontuna, de infinita estupidez. Es probable que esa cuenta ya no exista. Muy
pronto, su bonita clínica dental también tendrá que cerrar las puertas, acosada
por la reacción indignada de miles de conciudadanos. Walter se ha equivocado de
época, de siglo. Pensaba que abatir a escopetazos a un león era algo con lo que
se podía ir por la vida. Walter, tan hábil con el torno, tan agradable con sus
pacientes, ha resultado ser torpísimo porque ignoraba que la sensibilidad del
resto de los miembros de su especie ha evolucionado de tal manera, que para la
abrumadora mayoría, la muerte gratuita, innecesaria y caprichosa de este animal
grandioso equivale a un delito imperdonable. No es tan inverosímil. A nuestro
querido rey Juan Carlos también le pasó, en versión elefantiásica. Y fue el
comienzo de su fin.
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