Tradicionalmente, cuando un partido político pasaba a la
oposición después de una legislatura en el banco azul, sus dirigentes
aprovechaban la circunstancia para reorganizar filas, hacer limpieza de las figuras
políticas ya amortizadas, y acodarse confortablemente en una barrera de sombra
para contemplar al enemigo desgastarse a ojos vista, dando capotazos al temible
miura que es el gobierno de este país de locos llamado España. Por desgracia
para algunos, esos tiempos han pasado. En los actuales, en medio de la crisis
económica más profunda de las últimas décadas, el gobierno del Partido Popular
se desgasta, sí; pero el Partido Socialista, en la oposición, sufre tanto o
más. Los partidos pequeños se rebelan en las encuestas y ya nadie se atreve a
predecir qué puede pasar en las próximas elecciones generales. Con este
panorama vuelto del revés no deja de ser lógico que los grandes dilemas sobre
el futuro del partido se planteen en casa de la oposición. El primero de todos,
elegir el cabeza de cartel para las próximas elecciones. Rubalcaba parece
agotado, sin el impulso necesario para afrontar el desafío. Griñán, presidente
del partido, acaba de anunciar que no se presentará a la reelección en
Andalucía para dejar paso a rostros nuevos, mandando un mensaje al secretario
general para que acelere los plazos de unas posibles elecciones primarias.
Rostros nuevos, de acuerdo, ¿pero cuándo? ¿En medio del temporal actual que
podría destruir las opciones de un candidato poco cuajado? ¿O es mejor esperar
al último momento, cuando las elecciones estén a la vuelta de la esquina? La
respuesta no la conoce nadie. Rubalcaba tampoco. Pero creo que hasta él mismo
es consciente de que entre el acierto y el error se encuentra la peor decisión
de todas. La falta de decisión misma. La indecisión.
viernes, 28 de junio de 2013
viernes, 21 de junio de 2013
JUSTICIA (21/06/2013)
Es una palabra que no puede faltar en cualquier ley
importante que se precie, en los discursos solemnes, en las declaraciones de
principios. No en vano, la justicia es uno de los grandes anhelos del ser humano.
Para satisfacerlo, el estado pone a disposición del ciudadano un procedimiento
y unos funcionarios, los jueces y fiscales, que velan por el cumplimiento de
las leyes. Sobre el papel, todo perfecto. El problema viene cuando hay que
descender a pie de obra, porque es allí donde se necesitan botas de pescador
truchero para no hundirse en el fango de mentiras cruzadas, intereses y
estrategias que conlleva la práctica real de la administración de justicia.
Basta con abrir un periódico y consultar el estado de los procesos judiciales
que llenan sus páginas: el caso Gürtel, Palau, Brugal, los ERE, Nóos, Bárcenas,
entre los asuntos de corrupción política; el caso de los niños desaparecidos
Ruth y José, el asesinato de Marta del Castillo o el accidente provocado por
Ortega Cano, dentro de los asuntos penales; la tragedia de miles de desahucios,
entre los civiles. En muchos de estos procesos coinciden algunos de los
principios más elevados concebidos por el espíritu humano como la presunción de
inocencia, con muestras de la peor bajeza: en particular, la mentira deliberada
de algunos imputados para salvar el pellejo aun a costa del sufrimiento de las
víctimas, de la justicia o del bien común que muchos juraron defender; o la
falta de dignidad, valor y honor para afrontar las consecuencias de los propios
actos. La justicia no es un espectáculo bonito y su práctica profesional está
desaconsejada para espíritus sensibles. Más allá del boato de las togas y las
maderas nobles, el trabajo de jueces y fiscales se parece a menudo al de los
fontaneros en las cloacas. Desagradable pero necesario.
viernes, 14 de junio de 2013
SUELO (14/06/2013)
El Tribunal Supremo acaba de sentenciar que el suelo no
debería estar donde lo fijaban las hipotecas ofertadas por muchos bancos y
cajas españolas durante años. Que esa edificación financiera es ilegal por opaca,
y que si a los tipos de interés les da por bajar hay que dejarles, para
beneficiar a los clientes que pactaron unas cuotas hipotecarias variables. Es
el fin de las “cláusulas suelo”, una práctica bancaria a todas luces injusta
pero que los consumidores toleramos durante años con una sumisión sorprendente.
Si los tipos de interés suben – en perjuicio del cliente – no hay techo alguno;
pero si bajan a partir de un límite, le ponemos un suelo e impedimos que este
cliente se beneficie. Nos vieron cara de tontos, no hay duda. En nuestro
descargo hay que decir que todo se operaba con la habilidad que solo dan los
años de experiencia, la piel curtida de tratar con muchos españolitos incautos
y ganarse su confianza con un trato familiar, pegajoso como la tela de araña
que atrapa al primero que pasa. Se evitaba la expresión “cláusula suelo” para
no despertar la suspicacia de los pocos valientes que se atrevían a preguntar.
En su lugar se insertaba un párrafo de jerga financiera tan incomprensible, que
no valdría ni para que Groucho Marx hiciera un chiste con él: nadie se reiría.
Si los bancos han estado cobrando de más durante años, ¿no sería justo que lo
devolvieran? El Tribunal Supremo no se ha atrevido a ir tan lejos. Según él,
estas cláusulas son ilegales no por abusivas, que es lo que son, sino por falta
de transparencia en la información a los clientes. Como resultado, la sentencia
no tiene efectos generales y retroactivos. Alegrémonos, a pesar de los pesares.
No todos los días el poderoso caballero Don Dinero recibe una bofetada tan
sonora y merecida. Me entran ganas de ponerme a aplaudir.
viernes, 7 de junio de 2013
PESADILLAS (07/06/2013)
La peor pesadilla de un columnista consiste en volver a
escribir la misma columna, sin enterarse, y que un lector le avise cuando la
tragedia se ha consumado y los mismos argumentos y gracietas ya están en negro
sobre blanco, para su eterna vergüenza. ¡Pero si de eso ya escribiste, chaval!
Solo de pensarlo me entran sudores fríos. Hace un año y medio, me escandalizaba
en esta columna de que la troika recomendase para Grecia la bajada del salario
mínimo como medida para reactivar la economía. Ahora es el gobernador del Banco
de España el que aboga por bajar los 645 euros y 30 céntimos del salario mínimo
español, uno de los más bajos de Europa. Me repetiré, pero con la atenuante de
ofuscación profunda: ¿este señor se ha vuelto loco? O es malo o muy torpe, y
las tres posibilidades son aterradoras. ¿Quiere vivir en un país en el que
puedan existir legalmente explotadores y explotados, estos últimos trabajando
de sol a sol a cambio de un sueldo que no les llegue para vivir? Porque eso es
exactamente lo que pasaría. En la coyuntura española actual, de todas las
posibles medidas para atacar el paro – simplificación de contratos,
flexibilización del despido, bajada de cotizaciones sociales, fomento del
crédito para emprendedores – la bajada del salario mínimo es la más inútil y la
más cobarde. Se limita a cambiar parados por esclavos. También la menos
inteligente. Es una invitación formal a tomar el palacio de invierno, a la
revolución pura y dura, y en ese tipo de eventos sociales no suelen ser muy
amables con los directivos bancarios. Tengo que revisar mi ranking de
pesadillas y hacer algunos cambios. Después de todo, repetirse no está tan mal.
La peor de todas es soportar una clase dirigente de privilegiados viviendo a
nuestra costa, pero fuera de la realidad. A ver si despertamos.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)