Me gustaría ser estrella del rock por un día. Debe ser una
sensación increíble sentir a cincuenta mil personas a tus pies, recitando de
memoria todas tus canciones y saludando cada gesto tuyo como si fuera una
genialidad. No hay comparación posible. Un líder político puede gozar de un día
de gloria, pero su alegría siempre estará ensombrecida por la certeza de que
cuando sus promesas no se cumplan, los mismos que hoy le aclaman mañana le insultarán.
Un líder religioso puede sentir el afecto de su rebaño, pero en un recodo de su
mente siempre anidará la duda, y su felicidad nunca será completa. La estrella
del rock no promete el paraíso, ni en la tierra ni en el cielo. Se limita a
oficiar una ceremonia de comunión con su público, y después se marcha al hotel
donde le espera una nutrida legión de groupies, y donde es más que probable que
cause algún desperfecto que su manager pagará sin regateos. Me gustaría ser
estrella del rock por un día, porque si fueran dos me volvería majareta. En los
grandes conciertos ocurre un fenómeno que siempre me ha llamado la atención:
cuando el grupo toca alguna de sus canciones más emblemáticas, el líder invita
al público a unirse a él, y miles de gargantas cantan al unísono. ¡Y nunca
desafinan! Si tomáramos sus voces por separado la mayoría no sabría entonar
debidamente, pero la unión de todas logra una armonía sorprendente. Una prueba
más del poder mágico de la solidaridad humana. En España no se sabe si falla la
canción, el líder o es que el público prefiere quedarse en casa. Aquí se
encuentra especial placer en ir por libre, en separar, en tribalizar, en
fabricar países, naciones, fronteras, y en dejar alto y claro que - ¡líbreme
Dios!- yo no soy como mi vecino sino mucho mejor. Necesitamos canciones nuevas,
realistas, alejadas de mesianismos. Se busca estrella del rock.
viernes, 26 de octubre de 2012
viernes, 19 de octubre de 2012
HACIENDO ECONOMÍAS (19/10/2012)
La economía es la ciencia que estudia cómo satisfacer
necesidades humanas siempre crecientes, mediante la administración de recursos
siempre limitados. Economizar, en el sentido estricto del término, significa
ahorrar. ¡Qué lástima que en España olvidáramos durante años este concepto tan
básico! Dos décadas de construcciones faraónicas, aeropuertos sin aviones y
conciertos de Julio Iglesias en las fiestas patronales de cada pedanía de
España, han logrado que en las arcas públicas tejan sus telas las arañas,
resuene el eco y se sienta un vacío sobrecogedor. El ministerio de Hacienda
debería plantearse convocar un concurso de ideas para encontrar nuevas fórmulas
de obtener ingresos. Allá va la mía: que en cada edificio público de España se
levanten los cojines de los sillones y sofás para hacer acopio de los
centimillos que se han ido cayendo con los años. Menos da una piedra, digo yo.
Afortunadamente, el ministro Montoro cuenta con individuos de ideas mucho más
brillantes. Un ejemplo: ¿cómo crear un impuesto totalmente nuevo, que garantice
ingresos fijos al Estado con independencia de la coyuntura económica –824
millones de euros; más que el impuesto sobre el Patrimonio - y que no despierte
ninguna contestación social porque las futuras víctimas de ese impuesto se
alegrarán de serlo? Lo acaba de hacer el gobierno imponiendo un tributo del 20%
a los premios de loterías superiores a 2.500 euros, hasta ahora exentos. Esta
navidad, cuando a los agraciados se les pase la resaca del champán y se enteren
de la mordida gubernamental, van a poner el grito en el cielo. Pero claro, en
voz muy baja: a ver quién es el guapo que se va a asaltar el Congreso de los
Diputados cuando te ha tocado el Gordo. Lo reconozco: una idea retorcida y
genial. Digna de un premio Nobel.
viernes, 12 de octubre de 2012
TÓPICOS (12/10/2012)
Los españoles somos hospitalarios, extrovertidos y amantes
de la fiesta. Los franceses, pedantes y antipáticos. Los italianos, gritones,
simpáticos y mujeriegos. Los ingleses, estirados y, hasta que desembarcan en
alguna localidad costera española, profundamente reprimidos. Los alemanes,
aburridamente cuadriculados. Los marroquíes, sucios y poco de fiar... Para
fabricar tópicos y prejuicios que resuman con confortable simpleza nuestra
visión de los países vecinos, siempre se aplican las mismas reglas: a los que
consideramos inferiores les dispensamos desprecio, a los iguales, simpatía, y a
los que tenemos secretamente por superiores, actitudes que van desde el odio a
la indiferencia. Para cualquiera que haya cogido más de dos aviones en su vida,
es evidente que estos prejuicios encierran grandes dosis de falsedad y que se
ven contradichos cada vez que uno pone un pie en otro país. El primer francés
con el que tropiezas resulta ser encantador, el italiano un muermo, el alemán
no deja de contar chistes y el marroquí tiene una educación exquisita. Gracias
a las nuevas tecnologías, ni siquiera hace falta viajar para llegar a estas
conclusiones. En la edición digital del Times me he topado esta mañana con una
foto del primer ministro David Cameron plantándole un beso a su esposa, en la
clausura de la convención del Partido Conservador. ¡Vaya beso! Ni Gary Cooper
lo haría mejor. ¿Y este es el presidente de los reprimidos británicos? Intento
imaginar a Mariano Rajoy en la misma suerte y se me queda la mente en blanco. Y
no solo con él. ¿Se acuerdan del patético beso de Felipe y Leticia el día de su
boda? El de los príncipes británicos fue infinitamente más pasional. Al
parecer, los españoles somos mucho más vergonzosos y menos cachondos de lo que
creíamos. Otro tópico que se nos cae.
viernes, 5 de octubre de 2012
UNA VIEJA FOTOGRAFÍA (05/10/2012)
Busquen una vieja fotografía en la que aparezcan miembros
de su familia. Debe ser lo suficientemente antigua como para que todos hayan
muerto, y los podamos mirar con el espíritu libre de penas. A continuación,
investiguen los acontecimientos más importantes de sus vidas. Para ello deberán
preguntar a los más viejos y, al principio, estos lanzarán un largo suspiro
como si recordar el pasado les costara un esfuerzo sobrehumano. Insistan,
porque en poco rato estarán hablando por los codos y haciéndoles revelaciones
sorprendentes. A lo mejor descubren que su bisabuelo, como el mío, que en la
foto parece recién salido de los astilleros del Titanic, fue en realidad un
honesto fabricante de botas de vino. O que ese con cara de pícaro, el primo
Clementín, era capaz de cruzar la ciudad de punta a punta, montado en su
bicicleta y sin tocar el manillar. Hechas las averiguaciones oportunas,
acomódense delante de la fotografía y mírenles a los ojos, uno a uno. Aunque no
sonrían demasiado, eso no significa que estén tristes; no se atreven a mentirle
a la cámara porque todavía les infunde respeto esa máquina mágica, capaz de
robarle un instante al tiempo en sus mismas narices. Si tienen la paciencia
suficiente, pronto empezarán a comprender lo que esas miradas están diciendo.
Que la vida es un breve pasar, un suspiro. Que el tiempo se nos tragará a
todos, y que de nuestras crisis, angustias y ambiciones no quedará
absolutamente nada. Empezarán a sentir que nuestra vida es algo bastante
intrascendente, y que quizá damos a ciertas cosas una importancia
desproporcionada. Carpe diem, preocupaos lo justo, vivid cada segundo, amad al
prójimo, no os agarréis a las cosas... Los muertos también tienen cosas que
decir. Busquen una vieja fotografía.
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