No puedo vivir más con esta carga, hasta aquí hemos
llegado, lo confieso: jamás he leído a Kant. Toda la vida justificando mi
incapacidad para el bricolaje y los trabajos manuales con la supuesta condición
de intelectual, y ahora resulta que jamás he leído una sola línea del más
influyente de los filósofos modernos. Pero, vamos, es que ni un hojeo rápido.
Merecería ir por la vida mellando los quicios de las puertas, miope perdido,
porque no soy digno de las gafas que llevo. Menos mal que en este mundo hay
individuos más coherentes, capaces de hincarle el diente a la “Fundamentación
de la metafísica de las costumbres” (1785) y destilar para nosotros pequeñas
píldoras de sabiduría kantiana que nos ayuden a pasar por este valle de
lágrimas. Es lo que hizo el pasado lunes Emilio Trigueros con un brillante
artículo en las páginas de El País. “Actúa solo de tal forma que puedas desear
que tu comportamiento se convierta en ley universal”, dice Kant. Verdad
catedralicia. Cuando el ladrón regresa a casa después de un duro día de
trabajo, desea que sus joyas, su dinero en efectivo y su televisión de plasma
se encuentren en el mismo lugar donde los dejó. El corrupto, que la caja donde
metió la mano todavía contenga fondos suficientes para que la institución a la
que engañó pueda continuar con su bienhechora misión. El nepotista, que al
resto de sus congéneres no les dé por contratar, como él, a sobrinos inútiles o
“hijos de”, y que los aviones no se caigan o alguien descubra una cura para la
esclerosis múltiple. El conductor temerario espera no encontrarse de frente a
un tonto tan tonto como él. El agresor no quiere ni oír hablar de agresores
sueltos por ahí... La mejor prueba de que uno está frente a una ley filosófica
universal es su sencillez apabullante. Quizá deberíamos empezar a leer a
Immanuel Kant.
viernes, 29 de marzo de 2013
viernes, 22 de marzo de 2013
ESCEPTICISMO (22/03/2013)
El rasgo más acusado del temperamento español es el
apasionamiento. Cuando interioriza una actitud o una idea la sigue hasta sus
últimas consecuencias, aunque estas le acerquen peligrosamente a la destrucción.
En un arrebato de religiosidad inventamos la Inquisición, en un
arranque de orgullo escupimos en la cara de Napoleón, y llevados por el
servilismo nos sometimos durante cuarenta años al gobierno despótico de un
hombre mediocre y sin moral. El español no hace nada a medias. Si hoy el estado
de ánimo que nos domina es el escepticismo, como buenos españoles nos
entregamos a él sin reservas. Un día dejamos de creer en la clase política y
los banqueros, y hoy denostamos a los maestros de primaria y a los médicos.
Mañana serán los panaderos, los bibliotecarios o los guardavías. El rey ha
dejado de ser un tipo campechano, las películas de Almodóvar ya no son
transgresoras sino chabacanas, y el sueño de organizar unos juegos olímpicos
nos parece de una ingenuidad insoportable. ¿De verdad somos todos tan
rematadamente malos? Qué demonios, por supuesto que no. Quizá muchas de las
cosas que juzgamos con benevolencia en el pasado no eran tan estupendas como
creíamos. Quizá nos sobrevaloramos como país. Pero confundir la parte con el
todo – la clase dirigente actual, con el conjunto de la sociedad – es un error
que no deberíamos cometer. Ni siquiera esa clase dirigente es realmente el
problema: analizados individualmente, la mayoría no son peores que usted o que
yo. Lo que España necesita es un impulso democrático para completar el de 1978,
que se nos ha quedado corto. Necesitamos volver a la canción-protesta, que
surjan caras nuevas, nuevos partidos políticos de siglas exóticas. España
necesita volver a creer en algo. Empecemos por nosotros mismos.
viernes, 15 de marzo de 2013
FRANCISCO I (15/03/2013)
Por primera vez un Papa iberoamericano, jesuita y de
nombre franciscano. Jorge Mario Bergoglio parece una buena persona. Dicen que
es hombre austero y de preocupaciones más sociales que intelectuales, lo que va
en consonancia con los tiempos. Pero allí acaba toda su modernidad. Creo que
más que un verdadero cambio, su elección expresa un deseo de apariencia de
cambio, centrada en los adjetivos antes que en lo sustantivo. La Iglesia Católica
como institución religiosa, más allá de su labor humanitaria encomiabilísima y
de su cercanía al dolor y a la pobreza en muchas partes del mundo, se encamina
a paso firme hacia la irrelevancia social. Si en un país como España, antaño
considerada “la reserva espiritual de Occidente”, el 70% de la población se
declara católica pero solo el 10% de éstos acude regularmente a misa, no hace
falta ser un teólogo brillante para deducir que la Iglesia tiene un problema
grave de credibilidad. Ya perdonarán la arrogancia en un día de tantas
humildades, pero creo que la razón de fondo es siempre la misma: la
postergación absoluta, injusta y anacrónica de la mujer en el seno de la
institución. ¿Alguien medianamente listo puede creer que las mujeres van a
seguir haciendo la sopita a los cardenales en sus solemnes residencias romanas,
dando así por buena su contribución al proceso de elección de un Papa por otros
dos mil años más? Nanay. ¿A nadie se le ha ocurrido pensar que algunos de los
asuntos más candentes de la
Iglesia – celibato, homosexualidad, pederastia,
anticoncepción – están directamente relacionados con esa tensión sexual no
resuelta, que no es sino una lucha disimulada por el poder? A lo mejor resulta
que Francisco I sí es consciente de todo ello. Y que está dispuesto a dar la
gran sorpresa. Si eso ocurre, no me dolerán prendas: cantaré a los cuatro
vientos mi error.
viernes, 8 de marzo de 2013
CHÁVEZ (08/03/2013)
En Venezuela, un litro de gasolina cuesta un céntimo de
euro. Allí la aguja del nivel de combustible de los coches, que en los países
no bendecidos con el maná del petróleo se empeña siempre en cortejar a las
rayitas rojas de la reserva, es un indicador carente de dramatismo. Como las
manecillas de un reloj en domingo. Al leer el dato, no puedo negarlo, quise ser
venezolano. Luego vi por televisión las imágenes del cortejo fúnebre del
comandante presidente Hugo Chávez Frías. ¡Qué muestras de amor por el malogrado
líder! Buceé en mi cabeza buscando un político en España cuya desaparición
pudiera despertar esas manifestaciones de duelo, pero volví a la superficie sin
aliento y con las manos vacías. Y sentí que el caudillismo tenía sus ventajas.
Con un guía supremo al frente del país se acabaron las angustias cada cuatro
años para decidir a quién votar; fin a la cansina sucesión de presidentes en la
que el titular actual siempre hace bueno al anterior. Con una revolución
perpetuamente inacabada se acabaron los programas electorales anodinos, el
pesimismo nacional, el incómodo realismo de las cuentas públicas y la prima de
riesgo. Somos pueblo, somos patria, somos destino, a ver qué democracia europea
es capaz de producir un guión más emocionante. Todo se estropeó cuando seguí
leyendo. La información contrastada, es lo que tiene. Venezuela sufre un 30% de
inflación anual, las finanzas públicas más caóticas del mundo, los índices de
violencia más escandalosos, el aniquilamiento del derecho a discrepar, un culto
desmedido a la personalidad... De pronto, ya no quise ser venezolano. ¿Que la
gasolina está por las nubes? Cogeremos la bicicleta, que es muy sano. ¿Que la
clase política es un erial de personalidades capaces y honestas? Buscaremos a
otros. Aunque tengamos que mirar debajo de las piedras.
viernes, 1 de marzo de 2013
PAPA (01/03/2013)
Cuando Benedicto XVI anunció al mundo su decisión de
renunciar lo hizo en latín y sin avisar, dejando en evidencia a los periodistas
que asistían al acto, sorprendidos como escolares poco aplicados ante un examen
inesperado. Sutil venganza del pontífice contra los plumillas. En los últimos
tiempos, la prensa mundial solo informa con verdadero entusiasmo de los asuntos
de la Santa Madre
Iglesia cuando el escándalo se pasea por los pasillos del Vaticano: pederastia,
financias turbias, secretarios traidores, conspiraciones cardenalicias,
crímenes pasionales en la
Guardia Suiza... Personajes como Dan Brown y su código Da
Vinci han podido pagarse chalets exentos con piscinas olímpicas y jardines
donde perderse, a costa del apetito insaciable del público por los thrillers
vaticanos. Hay otra circunstancia de la vida corriente de los Papas, solo un
poco menos morbosa, que también actúa como un imán para la atención mediática:
su muerte y la consiguiente elección de uno nuevo. Durante varios días, los
noticiarios de todo el mundo abren con la noticia del color del humo que sale
por la humilde chimenea de la suntuosa capilla Sixtina. Si el nuevo Papa no
muere en circunstancias sospechosas a las pocas semanas, termina la novedad y
regresa la calma. ¡Horror! ¡La rutina no vende novelas! ¿A quién le interesa el
gobierno pacífico de la
Iglesia? Benedicto XVI, desde hoy simplemente Joseph
Ratzinger, hombre inteligente, ha sabido interpretar este amarillismo vaticano
como una inequívoca señal de decadencia. Por eso, entre otras razones, decidió
actuar. Con su renuncia, ha robado a los medios de comunicación el espectáculo
de su propia muerte. Se retirará a un convento a rezar y ha avisado que no
cuenten con él. Nadie, ni los anticlericales más furibundos, se han atrevido a
criticarle. Por algo será.
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