Cuenta la fábula que Narciso se enamoró de su propia imagen reflejada en
un estanque. Como no podía escapar al embrujo de ese amor imposible, acabó
arrojándose a las aguas y murió ahogado. Narciso dio nombre a una flor, que dicen
que surgió en aquel mismo lugar, pero también a un trastorno de la personalidad,
el narcisismo, caracterizado por la desmesurada valoración de uno mismo, la falta
de empatía y una insaciable necesidad de adulación y reconocimiento. Pese a
todo, el narcisismo puede llegar a ser una condición indispensable en
determinados oficios: si usted aspira a presidir el FMI, un país sudamericano
con mucho petróleo y poco papel de wáter, o la parte septentrional de una
península dividida por un paralelo y obsesionada con los misiles, más le vale
ser un narcisista de narices. ¿Y para ser candidato a presidente del gobierno
de España? Vamos a ver, mal no le vendrá. En cualquier caso, en asuntos de
psicología, todo es cuestión de grados. En profesiones como la política, una
cierta dosis de narcisismo, sin llegar a lo patológico, parece aconsejable; tan
desastroso sería un imitador de Hugo Chávez como alguien demasiado apocado, que
tuviera miedo de expresar su opinión en público. ¿Hasta dónde llega el narcisismo
de su diputado o de su líder político favorito? Convendría tenerlo en cuenta. El
problema, de cara a las próximas elecciones generales, es que las listas
abiertas – el método más efectivo para expurgar candidatos indeseables –
continúan siendo una quimera. En España se vota un paquete ideológico, unas
siglas, que adjuntan una lista impuesta de diputados por provincia. Los
Narcisos son expertos en hacerse un hueco en esas listas. Narciso deriva del
griego “narkào”, narcótico, por el olor penetrante. Ser ujier del Congreso
tiene que ser un oficio embriagador.
viernes, 27 de mayo de 2016
lunes, 23 de mayo de 2016
SACERDOTISAS (20/05/2016)
La palabra evoca mujeres malignas y voluptuosas, templos misteriosos
iluminados con antorchas que nunca se apagan y, por supuesto, cultos paganos y
equivocadísimos que con frecuencia exigen sacrificios humanos para saciar el
apetito de los dioses. Reconozco que la visión es hollywoodiense, machista y,
afortunadamente, pasada de moda. Sin embargo, es innegable que la participación
de la mujer en la religión, en la católica, apostólica y romana en particular,
continúa siendo un asunto controvertido y, en gran medida, todavía marcado por
esa antiquísima tradición que durante milenios ha excluido a las mujeres del
gobierno de los asuntos públicos, y que etiquetaba de pecaminosas a las que se
atrevían a desafiar el orden establecido. La semana pasada, al mismísimo Papa se
le ocurrió dar un golpecito en el avispero vaticano aludiendo al asunto, y el
revuelo fue considerable. Poco importó que sus pretensiones fueran modestas: Francisco
se mostró favorable a la creación de una comisión que estudiase el papel de la
mujer en la Iglesia, con el horizonte de abrir el diaconado a las féminas. El
diácono es un grado inferior al sacerdote, que puede presidir bodas, bautizos y
funerales. Para los sectores más conservadores de la Iglesia, una propuesta
inaceptable, por considerarla antesala de la aceptación del sacerdocio
femenino. Jesucristo eligió solo a hombres para ser sus discípulos, argumentan.
Un razonamiento tan poco consistente que, en pleno siglo XXI, roza lo deshonesto.
¿Qué haría Jesús, hoy, si volviera a presentarse en este mundo? ¿Elegiría solo
a hombres? Resulta difícil de creer, a la vista de la evolución de la sociedad
en el último siglo. Mientras tanto, la iglesia anglicana ordena mujeres
sacerdotes, e incluso obispos, desde hace algunos años. Problema resuelto.
Quizá la solución no sea tan complicada.
viernes, 13 de mayo de 2016
PLANETAS (13/05/2016)
Hace unos años, los planetas situados fuera del sistema solar se
descubrían de uno en uno y la noticia daba la vuelta al mundo con gran aparato
pedagógico para ayudar al ciudadano corriente a comprender la trascendencia del
hallazgo. Con el tiempo, el proceso se aceleró. Los descubrimientos de
exoplanetas pasaron a ser de tres en tres y luego vinieron en paquetes de diez.
El último comunicado de la NASA de esta misma semana, se descolgaba con la casi
humorística cifra de 1.284 nuevos exoplanetas detectados, algunos de los cuales
podrían albergar alguna forma de vida. Me temo que nuestro cerebro no está
preparado para asumir estas infinitudes. La especie humana, como ninguna otra
sobre la tierra, necesita certidumbres para poder soportar cada día la
conciencia de su misma insignificancia, y todas estas magnitudes cósmicas no son
de gran ayuda. Menos mal que la naturaleza, que es muy sabia cuando quiere, siempre
se presta a echarnos una mano. Cada día, al caer el sol, nos proporciona la
oscuridad necesaria para que la bóveda celeste revele toda su inmensidad, en un
momento, además, propicio a la reflexión, al acabar las fatigas de la jornada,
a las puertas del sueño reparador. El que no se haya preguntado por el sentido
de la vida bajo un cielo cuajado de estrellas está más cerca del mundo vegetal
que de la condición humana. El problema es que muchos de esos humanos hemos
renunciado a esa lección astronómica y filosófica diaria, y vivimos
mayoritariamente recluidos en grandes ciudades pobladas de farolas donde las
estrellas hay que ponerlas con la imaginación. El día que nos visite el primer
extraterrestre, habitante de exoplaneta, a más de uno nos va a coger con el
paso cambiado. Este fin de semana me voy al pueblo. Necesito ver unos cuantos
miles de estrellas.
lunes, 9 de mayo de 2016
EL GRAN SILENCIO (06/05/2016)
Hacer campaña electoral, pero sin que se note. Ese debería ser el lema
de cualquier político inteligente, empático hacia el cabreo generalizado que
cunde en el electorado. Un cabreo justificadísimo, por otro lado. El votante siente
que cumplió con su deber acudiendo a las urnas el 20-D, mientras que los
políticos se han dedicado a hacer posturas delante del espejo durante cuatro
meses. Además de esa convicción, está la sospecha de que algunos líderes ya
habían optado por la repetición de elecciones desde el principio y que han
jugado al despiste durante todo este tiempo para acabar afirmando, con un
cinismo sin límites, que ellos “han hecho todo lo posible”. A los analistas más
finos tampoco se les escapa el sonado fracaso de las normas constitucionales
que rigen la formación del gobierno español. Bajo una inesperada situación de
estrés – la irrupción de dos nuevos partidos que han logrado sortear, contra
pronóstico, la trampa para osos del sistema electoral – las consultas regias y
los plazos absurdamente dilatados se han revelado como un protocolo pasado de
moda que ha sucumbido a las maniobras de tahúr que ha llevado a la práctica el
mismísimo presidente del gobierno. Hacer campaña electoral, pero sin gastar.
Olvídense, señores políticos, de los paseos por calles peatonales estrechando
las manos del personal, de las fotos con niño, de los coches forrados de
pósters con el megáfono arruina-siestas anunciando el mitin al que solo
acudirán los incondicionales, oh, sí, por Dios, ahórrennos las plazas de toros
repletas de rostros abovinados que aplaudirán al líder aunque anuncie el
próximo fin de la vida sobre la tierra… La no-campaña, el vacío, la nada. El
gran silencio que reclamaba Azaña, que se abatiría sobre España cuando la gente
comenzara a hablar solo de lo que sabe. Así podríamos aprovechar el tiempo para
pensar.
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