Esta es la crónica
de un fracaso anunciado y a Artur Mas le faltan muchos mimbres para ser el
héroe legendario que cae derrotado luchando hasta el final, bandera en mano. Al
fracaso de Mas le faltará gloria y le sobrarán reproches. El más importante de
todos, el haber arrastrado al pueblo catalán, tanto a partidarios como a
detractores, a una situación límite en la que la perspectiva de saltarse la ley
pondrá en peligro la estabilidad y la convivencia. El conglomerado
independentista perderá las elecciones autonómicas del 27 de septiembre. Esta
predicción descansa, en primer lugar, en la soberana insensatez que supone
levantar nuevas fronteras en Europa, cuando todo – lo político, lo social, lo
económico, lo tecnológico y hasta lo filosófico – camina exactamente en la
dirección contraria. Pero también han aparecido recientemente tres argumentos
muy poderosos para justificarla. Convergència i Unió ha saltado por los aires.
A Duran i Lleida no le ha quedado otra que hacer las maletas y regresar al
nacionalismo moderado y conservador de donde nunca quiso salir. El resultado es
que muchos antiguos votantes de CiU, que reniegan del extravío soberanista y de
la mezcla con partidos de izquierda, ya tienen a quien votar. Luego está
Ciutadans de Catalunya, formación en alza que ha hecho de la pérdida del
complejo españolista una marca de la casa. Y por último, la recuperación
económica, que se confirma mes a mes y que pone cada vez más difícil al President
culpar al estado español de todos los males. A esta conjura de circunstancias
adversas, Mas opone una lista única que es un homenaje a la confusión y a la
incertidumbre: políticos, civiles que aspiran a ser políticos y entrenadores de
fútbol expatriados. Esta es la crónica de un fracaso anunciado. Y solo veo
perdedores en el horizonte.
viernes, 24 de julio de 2015
viernes, 10 de julio de 2015
EL FALSO QUIJOTE (10/07/2015)
El ladrón se
llamaba Alonso Fernández de Avellaneda y, al igual que la obra literaria que se
atrevió a usurpar, ha pasado a la posteridad como paradigma de lo insuperable:
el pirata intelectual más grande de todos los tiempos. Avellaneda - o como quiera que se llamase,
porque resistió a la vanidad de emplear su verdadero nombre – no se limitó a
reproducir sin permiso del autor la novela más exitosa de su tiempo. Ni
siquiera la plagió. Lo que hizo fue escribir y publicar una segunda parte, con
los mismos personajes, retomando el relato en el mismo lugar donde lo había
dejado la primera, “El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha”, compuesta
por un tal Miguel de Cervantes. El disgusto del alcalaíno al enterarse debió
ser mayúsculo. Corría el año del Señor de 1614 y Cervantes se encontraba algo
atascado con la segunda parte de las aventuras del personaje que le había dado
fama, cuando llegó a sus oídos que en una imprenta de Tarragona se había publicado…
¡el libro que él estaba escribiendo! La puñalada no podía ser más trapera y,
con buen olfato, sospechó de Lope de Vega, su gran enemigo. Para mayor
escarnio, esta obra maestra de la felonía, este falso Quijote, estaba muy bien
escrito. Para un Cervantes en la ancianidad aquello parecía la estocada
definitiva. Sin embargo, la jugada les salió mal a Avellaneda y a sus turbios
inductores. Con la aparición del falso caballero desaparecieron las dudas de su
verdadero creador, la pluma cervantina voló, y al año siguiente, en 1615, se publicó
la segunda parte del auténtico Don Quijote. Hoy se conmemora el cuarto
centenario de su aparición. Irónicamente, gracias a su suplantador, el
caballero andante pudo morir en la cama y alcanzar la definitiva inmortalidad.
Miguel de Cervantes le seguiría pocos meses después. Se había ganado el
descanso para toda la eternidad.
EL MOFLETE (03/07/2015)
Las modas en el
vestir son uno de los fenómenos más reveladores de la complejidad de la
condición humana. Desde la noche de los tiempos, individuos de todas las
culturas han cubierto sus anatomías con una infinita variedad de materiales,
formas y colores, en función de unos códigos sociales también infinitos que
hablan de estatus, poder, sexo, oficio... ¡Y lo más sorprendente es que nacen
espontáneamente! Cualquiera puede crear una forma de vestir pero nadie, ni
siquiera los llamados creadores de tendencias, puede crear una moda. Es un
mecanismo que nace democráticamente – es la suma de individuos la que convierte
un gusto en moda – para convertirse en una tiranía – nacida la moda, oponerse a
ella puede acarrear dificultades de adaptación. Bueno, vayamos al grano, o
mejor, al moflete. Entre las jovencitas españolas se ha extendido la moda de
vestir unos pantalones cortos, cortísimos, que en las más aguerridas llega a
enseñar el comienzo de la nalga. Lo que viene a llamarse popularmente “el
moflete”, como un préstamo que hacen los carrillos a las nalgas ante la
ausencia de un término mejor que las designe. Llegados a este punto, no sé muy
bien cómo seguir. Mi vocación de inquisidor es nula, se lo aseguro. Lo que
ocurre es que, por razones de edad, veo el asunto más como un padre que como
aquel jovenzuelo que un día fui, quien a buen seguro recibiría esta moda de los
“shorts” como una bendición. No me gustaría que mi hija los llevara, la verdad.
Y el motivo es bastante simple: el mundo es un lugar mucho menos civilizado de
lo que parece, en el que escasean los poetas y abundan los depredadores. La
adolescencia es una época maravillosa pero afortunadamente breve; en pocos años
regresan la sensatez a las seseras y los pantalones a una altura más razonable.
Sufridos padres: sean pacientes.
LA BANDERA (26/06/2015)
La sombra de
Franco es alargada, pero no tanto. Cuarenta años después de la desaparición del
personaje más nefasto de la reciente historia de España, los políticos en este
país comienzan a hacer un uso normalizado de los símbolos nacionales. Algunos,
como los cachorros de Podemos, incluso se atreven con la palabra “patria”, un
tabú que todos hemos evitado durante años y que ya casi considerábamos un
término exclusivamente latinoamericano, demasiado sentimental para el delicado
gusto europeo. La apropiación del concepto de España por parte del dictador,
que solo incluía en él a sus seguidores, dejó a los españoles recién nacidos a
la democracia bastante desorientados sobre cómo debían ser, eso, españoles. En
medio de la confusión general prosperaron los nacionalismos y muchos empezaron
a sustituir “España” por “este país” y a hacer alarde de los símbolos
regionales, menos sospechosos que “la Rojigualda”, sobre la que pesaba la incómoda
acusación de ser propia de fachas. Y en estas llega Pedro Sánchez, líder
socialista recién salido de la tahona, y se sube a un escenario con una bandera
constitucional española del tamaño de una vela mayor. Sí, ya sé que entre
medias hemos ganado un mundial de fútbol y que el mismo Aznar ya jugó la baza
patriótica en sus discursos electorales cuando era el político de moda en
España. Pero lo de Sánchez el domingo pasado fue un hito sin precedentes. Valiente
y algo demagógico. Arriesgado, pero también temeroso: la bandera no era de tela
sino un plasma, susceptible de ser apagado si la cosa se ponía fea. Rompedor, indiscutiblemente:
no se había visto a un líder socialista dar un discurso en traje y corbata
desde Tierno Galván. Está claro que la nueva generación de políticos ya marca
su propio estilo. Sin complejos. Que ya va siendo hora.
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