Es coreano del sur, y tiene todos los atributos de un triunfador: joven, bien parecido y un puesto como alto ejecutivo de una multinacional. La corresponsal de TVE se ha acercado hasta su empresa, en Seúl, para grabar una entrevista que ilustre el tema del reportaje del día. Al parecer, el gobierno coreano trata de fomentar entre sus ciudadanos la sana costumbre de tomarse vacaciones una vez al año, para fomentar el alicaído turismo interno. Nuestro joven triunfador afirma tenerlo todo perfectamente planeado. Dentro de cinco años se irá de vacaciones a España para asistir a la tomatina de Buñol, el sueño de toda su vida… Confío en que el apreciado lector sabrá mirar más allá de la anécdota, por muy surrealista que esta sea. Es decir, el hecho de que nuestro hombre eligiera como actividad vacacional la madre de todas las batallas tomateras en lugar del festival wagneriano de Bayreuth, por ejemplo, es algo completamente irrelevante. Lo decisivo es que el joven ejecutivo no tiene la menor intención de coger vacaciones en los próximos cinco años, y su caso no es nada excepcional. Los coreanos del sur comienzan a trabajar a las siete de la mañana, terminan a las diez de la noche, alternan, hacen amigos, son felices en la empresa, y no tienen necesidad aparente de dejar de serlo durante un mes al año. Me temo que estamos ante una diferencia cultural de tamaño XXL. Nosotros estamos convencidos de que nuestra forma de concebir el trabajo es más racional, más equilibrada… ¡pero ellos también! ¿Quién tiene razón? A estas alturas, ya no me atrevo a afirmar nada. Lo que sí es seguro es que esta peculiaridad oriental va a traer consecuencias. Corea del Sur iguala hoy a España en número de habitantes, PIB y renta per cápita. De momento. Si algo no cambia, los coreanos se nos van a comer con patatas. Untados en tomate.
viernes, 22 de julio de 2011
viernes, 15 de julio de 2011
COBARDES (15/07/2011)
Cobarde es aquel que siente un miedo cerval, paralizante, defecador, pero no se atreve a reconocerlo. Cuando la patria despide a sus hijos que van a la guerra, el cobarde desfila junto al resto de las tropas con gesto marcial, orgulloso, engañando y engañándose, porque en su fuero interno sabe que al oír los primeros tiros huirá como un conejo. Estas reflexiones sobre la cobardía me asaltan en la ducha, a las ocho en punto, mientras suenan de fondo cencerros y voces angustiadas provenientes del televisor, que emite como cada mañana el encierro de sanfermín. ¡Qué flaco favor les ha hecho la televisión a los cobardes en los sanfermines! Antes de que los encierros se convirtieran en un espectáculo prime-time, con decenas de cámaras barriendo cada metro del recorrido, repeticiones a cámara lenta y comentaristas que narran la carrera de los mozos como si fuera el tour de Francia, los cobardes se amparaban en la confusión para esconder el miedo que les hacía correr lo más lejos posible del de negro, y tener la seguridad del vallado siempre al alcance de la mano. Para la clásica pregunta “¿Dónde estabas, que no te vi?”, el cobarde disponía siempre de un amplio repertorio de excusas: me caí, me empujaron, un cabestro me tiró, el toro me pasó rozando... Hoy en día, por culpa de la televisión, todo eso es historia. ¡Al cobarde se le ve! Sacudiendo el periódico ante la hornacina del santo, cantando, heroico, estético, engañando y engañándose, porque cuando suena el cohete corre como un ídem a refugiarse lejos de las astas de los toros... Como a él no parece importarle mucho, no sería lógico que me importara a mí. Hace tiempo que pienso que la televisión acabará con los encierros de sanfermín. Ahora estoy seguro de que la televisión nunca acabará con los cobardes.