¿Otra vez filete empanado? A los signos de interrogación
habría que añadir exclamaciones, porque la pregunta era en realidad un alarido
de tipo existencial, un grito de Dolores que no esperaba respuesta y que
rebotaría infinitamente en las alicatadas paredes de la cocina familiar hasta
extinguirse. Porque uno era muy consciente de la realidad: la alternativa al
filete empanado era el plato vacío, la nada, y si uno prolongaba demasiado la
protesta, corría el riesgo de ver a uno de sus voraces hermanos capturar el
filete y hacerlo desaparecer a velocidad de vértigo. De nuevo el plato vacío,
la nada. ¡Yo quería un filete de verdad! ¿Tan difícil era de entender? Y llegó
un día en que lo entendí todo: la gigantesca proeza de criar a siete hijos y
darles una educación, de estirar el sueldo de forma casi mágica para poner cada
día un plato en la mesa y muchas cosas más, de concebir la vida como una
entrega total a los demás, de quedarte siempre con la peor parte, con el filete
más chamuscado... Extraordinaria lección: el que sirve, se queda siempre con el
filete empanado más chamuscado de la bandeja. Al abrir hoy el periódico,
descubro que el ejemplo de mis padres, como el de tantísimos otros, no cunde
para nada entre algunos de nuestros servidores públicos. Al parecer, el
gobierno de Aragón ha retirado la subvención a los comedores escolares, pero ha
mantenido la del comedor de las Cortes. Como resultado, un diputado autonómico
come por menos de la mitad de lo que paga un niño de cuatro años. ¿Quién comerá
entrecot y quién filete empanado? Hagan sus apuestas. El principio básico que
debería inspirar la labor de un político es el de servicio a su comunidad, y sé
que muchos lo entienden así. Por ello, señores diputados, hagan el favor de
cuidar las formas. Acuérdense de sus padres. Escojan el filete chamuscado.
viernes, 28 de septiembre de 2012
viernes, 21 de septiembre de 2012
QUIZÁS (21/09/2012)
Hace quinientos años, una noticia como ésta habría
provocado una conmoción inimaginable. Se habrían convocado concilios, dictado
bulas, y es más que probable que, para dar carpetazo al asunto, la Santa Inquisición
habría acabado aplicando el tormento a un buen puñado de infelices. Cómo
cambian los tiempos. Ante el descubrimiento de un pequeño trozo de papiro del
siglo II que afirma que Jesús estaba casado, y que su esposa/discípula se
llamaba María, el Vaticano ha reaccionado de la misma forma en que lo haría
cualquiera de las estatuas de mármol que habitan su micro-estado: con un
silencio sepulcral. No le faltan razones para ello. Esta vez no se trata de un
best-seller o de una película con Tom Hanks, productos de consumo de masas
fácilmente desacreditables. En esta ocasión, la información proviene de una
reputadísima investigadora de la
Universidad de Harvard, Karen L. King, y ha sido publicada
por The New York Times. Me pongo en el lugar de los actuales padres de la Iglesia y no me cuesta
esfuerzo comprender su reacción: después de 2.000 años de defensa del celibato
y de la marginación absoluta de la mujer de cualquier instancia de poder dentro
de la institución, iniciar un debate sobre la justificación de estas prácticas
debe dar, como mínimo, una pereza brutal. A quien tenga tiempo y ganas, le
recomiendo la lectura del informe sobre el manuscrito, que es fácil de
encontrar en internet. A lo largo de sus cincuenta páginas, la profesora King
analiza el hallazgo con extremada prudencia y precisión científica. Sin
embargo, en el último párrafo, ya no es capaz de contenerse y se pregunta: ¿es
posible que ese trozo de papiro acabara en el cubo de la basura porque
contradecía las verdades que, en un momento dado, se decidió “establecer”? La
respuesta es otra vez prudente, pero reveladora: quizás.
viernes, 14 de septiembre de 2012
CARTA A UN INDEPENDENTISTA CATALÁN (14/09/2012)
Estimado... francamente, no sé ni cómo empezar. Te
llamaría compatriota, pero a lo mejor te cabreabas ya, de primeras, y dejabas
de leer. No me andaré por las ramas: tus ideas políticas no me gustan nada,
aunque las respete y te reconozca el derecho a expresarlas en pacífica
libertad. Me considero una persona tolerante. Cuando alguien me habla de la Diada, no se me va la mano
al sable, y tampoco soy dado a las amenazas apocalípticas con las que muchos
intentan asustaros: ¡No entraréis en Europa! ¡El Barca jugará la liga con la Gimnástica de
Tarragona! ¡El cava lo beberá vuestra santa madre! Trato de ser un poco más
civilizado y realista. Con sinceridad, decir que el independentismo que
profesas es una afirmación, en positivo, de tu identidad catalana, creo que no
se sostiene. Cataluña, como parte de España, ya tiene lengua propia, gobierno,
parlamento, bandera, himno, policía, televisión... Ya perdonarás pero, más que
un “somos”, tu independentismo me parece una negación, un “no queremos”: no
queréis ser españoles, ni compartir nada con nosotros. ¿Ese carácter negativo
le quita legitimidad a vuestro sueño? En absoluto, pero tiene una consecuencia
que a lo mejor has pasado por alto. Vuestra aspiración separatista, además de
un corte de mangas al Estado, ese ente difuso, madrileño y cercenador de
libertades, es también un rechazo a millones de personas concretas, con nombres
y apellidos. Españoles que viven en Zamora, Albacete, Asturias o Las Palmas de
Gran Canaria. Yo soy uno de ellos y te diré algo: duele. Duele que alguien que
consideras de la familia te diga que no te quiere. Que su deseo más profundo es
que llegue el día en que pueda llamarte “extranjero”. Qué quieres que te diga. Espero
que fracases. Que haya muchos más catalanes que no piensen como tú. Estimado, a
pesar de los pesares.
viernes, 7 de septiembre de 2012
CECILIA (07/09/2012)
Me temo que no tardará en aparecer algún imitador. Después
de ver cómo la noticia de la restauración del Ecce Homo de Borja ha dado la
vuelta al mundo, algún desustanciado la emprenderá a brochazos con el santo,
virgen o cristo de turno, para conseguir unos días de notoriedad y, de paso,
poner a su pueblo en el mapa. En vano; como se descuide, acabará en el pilón o
en el cuartelillo de la
Guardia Civil. Confieso que cuando vi por primera vez la obra
de la octogenaria borjana Cecilia Giménez, reí a carcajadas durante un buen
rato. Al día siguiente, volví a reír al ver los rostros de Paquirrín y el
presidente Rajoy transfigurados en el del inclasificable Ecce Homo, por obra y
gracia del españolísimo y sádico sarcasmo que practican mis compatriotas. Un
mes más tarde, cuando Ryanair acaba de ofertar vuelos para visitar la ermita,
los telediarios de Nueva Zelanda también han recogido la noticia y la
cazatendencias de la edición japonesa de la revista Vogue se ha retratado en
plan super-fashion tapándose el rostro con una reproducción de la pintura, yo
ya no tengo ganas de reír. Porque tanta risa nos ha hecho pasar por alto
algunas cosas importantes. A saber, que Cecilia no ha restaurado una obra de
arte, ha pintado una nueva. Que la obra de Cecilia es, como mínimo, turbadora.
¿Han probado a aguantar la mirada a ese rostro huidizo durante un rato? Que si
se tratara, simplemente, de una “restauración defectuosa”, el asunto jamás
habría alcanzado estas proporciones. Y sobre todo, algo en lo que no habíamos
caído, que la fuerza motriz de todo el fenómeno está en la mismísima Cecilia;
en su intención y en su sinceridad. Me atrevo a decir que su Ecce Homo es la
pintura religiosa española más sincera del último siglo. Por eso nadie será
capaz de imitarla. Por eso nadie se atreverá a destruirla.
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