Los noruegos no atan a los perros con longaniza,
pero podrían hacerlo. El fondo de inversiones de propiedad estatal adonde van a
parar los pingües beneficios derivados de la extracción de gas y petróleo,
posee el 1% de las acciones de todo el mundo y no deja de crecer. Si el
gobierno decidiera un día liquidarlo, el reparto de las ganancias permitiría a
cada ciudadano noruego comprarse un piso. Pero no lo hará. Porque en Noruega ya
piensan en el día después del maná petrolero y se practica más el ahorro que la
ostentación. A miles de kilómetros de allí, se debate estos días el viejo
proyecto de realizar prospecciones petrolíferas en aguas próximas a las Islas
Canarias. El Tribunal Supremo rechazó los recursos de ecologistas y gobierno
canario, y el Ministerio de Industria autorizó definitivamente las
prospecciones hace un par de semanas. El asunto es extremadamente polémico.
Declararse a favor de una actividad que supone un riesgo – por pequeño que sea
– para la riqueza natural y el turismo de un lugar tan querido como las Islas
Canarias no es nada cómodo. Pero tampoco parece sensato dar carpetazo al asunto
sin pensarlo bien, siendo económicamente tan sensible para una comunidad
autónoma con una tasa de paro del 34%. Personalmente, creo que los opositores
al proyecto yerran el tiro. Porque no se trata solo del riesgo que correrían
las maravillas naturales canarias, sino del precio que se pone a ese riesgo. Lo
que no parece de recibo es realizar actividades potencialmente peligrosas para
que se enriquezcan los accionistas de Repsol. Ahí está el quid. La extracción
de petróleo me parecería aceptable siempre que la parte del león de los
beneficios se la llevaran los canarios, y por ende, los españoles. Nada de
puestos de trabajo indirectos. Pasta contante y sonante. ¿Cómo se hace eso?
Pregunten a los noruegos.
viernes, 29 de agosto de 2014
viernes, 22 de agosto de 2014
GAZATÍES Y YAZIDÍES (22/08/2014)
Por desgracia, las guerras que azotan el mundo no
se paran por vacaciones. Son conflictos enconados, que enfrentan a menudo a
comunidades dentro de un mismo país, y que alcanzan un grado de crueldad que
resultaría insoportable de presenciar para cualquiera de nosotros, delicados
especímenes del primer mundo, que hemos ido dejando atrás esa fea costumbre de
matar al vecino simplemente porque piensa diferente, habla otro idioma o reza a
otro Dios que no es el nuestro. Después de haberla practicado durante milenios,
todo hay que decirlo. Estoy convencido de que si un servidor hubiera sido
testigo presencial de la muerte de uno solo de los 300 niños gazatíes víctimas
de los recientes bombardeos del ejército israelí, mi comprensión del conflicto
palestino habría ganado muchos enteros. Sí, en esta crisis hemos aprendido que
los naturales de la franja de Gaza se llaman gazatíes. Y no es el único
gentilicio que hemos incorporado a nuestro vocabulario recientemente. Los
yazidíes son una minoría no musulmana del norte de Irak de la que nunca
habíamos oído hablar, que está siendo masacrada por el grupo yihadista
autodenominado Estado Islámico. Estos iluminados asesinan, violan y degüellan
en nombre de Dios, con la intención de fundar un califato que extienda su
nefasta influencia a todos los estados árabes de la región. Si existiera la
máquina del tiempo, habría que mandarlos a la Edad Media sin billete de vuelta.
Así podrían practicar su maldita guerra santa con adversarios de su misma talla
moral. ¡Qué complejo sigue siendo este mundo! Gazatíes y yazidíes, nuevas
palabras que llenan las deprimentes crónicas de los telediarios. A semejante
precio, hubiera preferido no aprenderlas nunca.
domingo, 17 de agosto de 2014
ROBIN WILLIAMS (15/08/2014)
Fue un comediante superdotado, con una
incontinencia verbal tan excesiva que provocaba la carcajada de sus admiradores
a la vez que incomodaba a sus detractores. Hay que decir que los primeros eran
mucho más numerosos que los segundos. Como a otros grandes cómicos en el pasado,
la tristeza le acechaba a menudo, como si esta quisiera aprovechar cualquier
momento de debilidad para ejecutar su venganza. En la madrugada del pasado
martes le asestó el golpe definitivo. Robin Williams fue un humorista y un gran
actor de comedia, pero su oficio le llevó mucho más lejos. Es probable que la
complejidad de su carácter, la misma que le arrastró a la depresión y a la
adicción a las drogas, le facultara para comprender e interpretar a personajes
más dolientes, más humanos en el fondo, que aquella delirante señora Doubtfire
que le llevó a la cima del éxito. Robin Williams, el humorista incontinente y a
veces algo pesado, fue capaz de meterse en la piel de personajes profundamente
dramáticos y provocar la admiración de críticos y espectadores; algo solo al
alcance de los realmente grandes. Mi generación es especialmente deudora del carpe
diem que predicaba su profesor Keating en "El club de los poetas
muertos", una obra maestra del cine con una poderosa lección de vida que
ningún adolescente debería perderse. Robin Williams se quitó la suya propia de
madrugada, con la torpeza del que ha perdido la última esperanza. Qué tragedia
y qué ironía. Su última función también nos deja una enseñanza valiosa, como
muchas de sus películas: que el arte de vivir es complicado, hasta para
aquellos que parecen tenerlo todo; que alcanzar la maestría en ese arte, algo a
lo que todos deberíamos aspirar, quizás no pase necesariamente por lograr el
éxito, la riqueza o la fama. Gracias por todo, Robin. Descansa en paz.
martes, 12 de agosto de 2014
MANUEL (08/08/2014)
Durante los últimos días, he fantaseado a menudo
con esta escena: mi hijo Manuel tiene siete u ocho años, y les cuenta a sus
amiguitos: mis papás me pusieron de nombre Manuel por Manuel Azaña. ¿Y quién es
ese? - pregunta uno. Un hombre muy importante - responde mi hijo con orgullo. A
continuación, arrastrado por la fantasía, caigo en que mi retoño podría acabar
convirtiéndose en un cachorro conservador con aspiraciones de hacer carrera en
política... ¿Llamarse Manuel por Manuel Azaña? ¡Eso le arruinaría la vida!
Rápidamente, encuentro una solución de urgencia: llegado el momento, que cambie
a Azaña por Manuel Fraga, y que rece para que este artículo se extravíe en las
hemerotecas digitales para siempre... Ya escribí una vez aquí que los padres, por
la valentía demostrada al traer hijos al mundo, ya se habían ganado el derecho
de elegir para ellos el nombre que quisieran. Con la lógica limitación de no
llamarles Kevin Kostner de Jesús, por supuesto. Mi primer hijo nació este
lunes, y me reafirmo en ese pensamiento. Sin embargo, en estos días, no he
podido dejar de sentir cierta pena al comprobar que el nombre de Manuel
despierta en el personal cierta sorpresa. Es uno de esos nombres antiguos,
"que ya no se lleva". Creo que cuando una comunidad deja de utilizar
sus nombres tradicionales y toma prestados los de otras - anglosajonas sobre
todo - "porque suenan mejor", estamos ante un síntoma de falta de
autoestima. España tiene un grave problema de autoestima. ¿Está justificado? En
estos momentos de felicidad y falta de sueño, digo un no rotundo. Mi hijo ha
nacido sano porque un personal sanitario de compatriotas competentísimos se ha
dejado la piel para que así fuera. Me quedo muy corto. Juro que somos un gran
país. Que Charo es una jabata. Y que Manuel es el niño más guapo del mundo.
sábado, 2 de agosto de 2014
EL SILENCIO (01/08/2014)
Renfe acaba de lanzar un nuevo servicio de vagones
silenciosos en sus trenes de alta velocidad. Los pasajeros que elijan viajar en
ellos no podrán hablar por teléfono, la luz será tenue y los mensajes de
megafonía serán sustituidos por anuncios en las pantallas. La primera vez que
leí esta noticia, pensé que a algún directivo ferroviario se le había cruzado
un cable después de una estancia prolongada en el extranjero y que había
olvidado en qué país vivía. España es la tierra de los adoradores del ruido,
del escape libre, del coche tuneado con las ventanillas abajo y la música de
los Chunguitos a todo volumen. “Soy un perro callejero, soy muy duro de
pelaaaar...” De la jarana hasta las mil, del vecino que pone la radio a las
cinco de la mañana, y del camión de gasoil que aterriza de madrugada frente de
mi casa, justo cada 20 días, y que cuando maniobra hacia atrás emite un pitido
tan penetrante que parece que ha comenzado la Tercera Guerra Mundial... Charito,
mi señora, me advierte que me pongo bastante pesado con esto de los ruidos cada
verano, y que más me valdría escribir del Jordi Pujol. ¿Qué pasa con el molt
honorable? Un no-sé-qué de unos millones en Suiza. No será para tanto. Que sí,
que el Arthur Mas le ha retirado los privilegios de ex-president... Ruido,
ruido, ruido. ¿A qué esperan las Naciones Unidas para declarar el día
internacional contra el ruido? Al parecer, el servicio silencioso de Renfe ha
tenido un éxito arrollador y sus directivos aseguran que ya han vendido la
redonda cifra de 14.853 billetes. Charito, siempre al quite, me recuerda que
mis padres se conocieron en un tren y que puedo dar gracias de que todavía no
se habían inventado los vagones silenciosos. Ni el whatsapp, respondo con la
mirada perdida en el infinito. Me quedo pensativo. Por fin, el silencio.
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