Que suba el precio de la luz hace tiempo que dejó
de ser noticia. No en vano, la factura eléctrica de los consumidores españoles
se ha incrementado un 63% en los últimos ocho años. Que el ministro del ramo
afirme que los precios no subirán para desdecirse a la semana siguiente,
desgraciadamente, tampoco sorprende demasiado. Con la excusa de la complejidad
del sector y de que para entender la tarifa eléctrica uno debe estar titulado
en varias ingenierías superiores, la clase política española nos lleva tomando
el pelo con este asunto desde tiempos inmemoriales. Y esquilmando nuestros
bolsillos, naturalmente. El ministro hace un esfuerzo pedagógico y afirma: “La
realidad es muy simple. El coste de generar electricidad es mayor al precio que
el consumidor paga por ella. Eso genera un déficit tarifario” Cuando oigo estas
palabras se me pone cara de búlgaro subsidiado que ha vivido en la arcadia
comunista hasta que la caída del muro le ha hecho despertar. ¿Es posible
presentar el asunto de forma más cínica? ¡Ahora resulta que la culpa es
nuestra, por dar la espalda a la realidad! Lo que el señor Soria olvida decir
es que el coste de generar electricidad se ha disparado por la incalificable
gestión de los políticos que le precedieron; aquellos que cometieron errores de
cálculo gravísimos, que cuestan al contribuyente cientos de miles de millones
de euros. Y mientras tanto, los directivos de las compañías eléctricas
españolas son los mejor pagados del mundo y en sus consejos de Administración
se han sentado y se sientan sin ruborizarse ex-Ministros de Economía y
ex-Presidentes del Gobierno con sueldos multimillonarios. Creo que todo es más
sencillo de lo que nos quieren hacer creer. Esto es un robo, pero sin guardar
las formas. Por pura educación, díganlo: manos arriba, esto es un atraco.
viernes, 20 de diciembre de 2013
viernes, 13 de diciembre de 2013
EL FUNERAL (13/12/13)
Todavía no somos muy conscientes de ello, pero el
funeral por Nelson Mandela en Johannesburgo ha sido el más importante de la
historia. Quizá le faltó el exotismo del entierro de Nabucodonosor II, rey de
Babilonia, o la espectacularidad de las exequias del faraón Ramsés II, al que
acompañaron bajo tierra unos cuantos infelices todavía vivos para llenar su
copa de vino durante el último viaje, pero todo eso lo compensó con creces. Un
pueblo multicolor, líderes políticos democráticos junto a dictadores
irreductibles, asesinos que pronto arderán en el infierno, enemigos jurados que
se saludan civilizadamente, primera ministra nórdica que provoca una escena de
celos del matrimonio más poderoso del planeta, falso intérprete del lenguaje de
signos inventando un nuevo baile que ya hace furor en todo el mundo... No lejos
de allí, dentro de una caja, reposaría el cuerpo consumido de Mandela, ajeno ya
a todas las tonterías humanas. ¡Grande Mandela! La crueldad, la ambición y el
fanatismo religioso o político han cambiado a menudo el curso de la historia.
Francamente, estamos hartos de verlo. Pero el caso de Mandela ha sido único. El
ha demostrado el poder revolucionario de una fuerza que supera a todas las
demás, pero que curiosamente está casi inédita en la historia de la humanidad:
el perdón. Su causa era justa, justísima, fue un luchador por la libertad de su
pueblo, el primer presidente negro de Sudáfrica, un hombre encantador... Todo
eso no basta para explicar su grandeza. Mandela fue grande porque perdonó, y la
extraordinaria fuerza de ese gesto ha quedado a la vista de todos en su
funeral. Un funeral algo surrealista pero, en el fondo, cargado de sentido. La
vida es una comedia breve. Más vale apresurarse en hacer algo que merezca la
pena. Mandela lo hizo.
viernes, 6 de diciembre de 2013
ATAPUERCA (06/12/2013)
El miedo nos hace palidecer y sentir frío, porque
la sangre acude rápidamente a las extremidades largas, donde podría ser
necesaria para emprender una huída precipitada. Durante millones de años, las
emociones han estado al servicio del ser humano para ayudarle a sobrevivir en
un medio casi siempre hostil. Sentir miedo, ira, amor o asco, es un regalo de
la evolución que nos ha salvado el pellejo en infinidad de ocasiones. Las
emociones son un mecanismo tan sofisticado que se activa solo, sin necesidad de
dar la correspondiente orden a nuestro cerebro; ya se sabe cómo son todas las
burocracias: me dé por favor un poco de miedo que me ha parecido ver una
amenaza mortal con el rabillo del ojo, rellene usted este formulario, y
mientras tanto, el tigre con dientes de sable nos ha hecho un destrozo en la
yugular que ya no tiene remedio. Pero hay un problema (hoy, ayer, siempre hay
un problema) Todo ese paquete de emociones, resultado de millones de años de
evolución, se nos ha quedado obsoleto. El animal más peligroso con el que nos
cruzarnos hoy es el perro del vecino, que nos ladra, el muy cabroncete. Nuestro
mismo vecino ya no nos incrusta un sílex en el cerebelo en cuanto le damos la
espalda... ¡nos dice buenos días! Como resultado, andamos por el mundo con un
catálogo de emociones caducadas (y descontroladas), que no son eficaces contra
las amenazas de la vida moderna. Perder el trabajo y no poder pagar la
hipoteca, por ejemplo. Hoy se publican los análisis de ADN del fémur de un
homínido que vivió hace 400.000 años en la sierra burgalesa de Atapuerca.
Tiempos duros, sin duda, pero más previsibles que los actuales. No sé qué dirá
el ADN mitocondrial al respecto. Nuestro antepasado pasaba más frío, más hambre
y moría antes. Pero sospecho que era más feliz.
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