Sin hacer ruido, los dos grandes partidos políticos
alemanes, el democristiano y el socialdemócrata, siguen negociando para
alcanzar un pacto de gobierno. Comprendo que la noticia, dicha así, no vaya a
ser trending topic en las redes sociales. Tampoco se prevén acalorados debates
en las tertulias radiofónicas. En España estamos demasiado ocupados en asuntos
identitarios, separatismos, sectarismos, asesinos que salen de la cárcel y
corruptos que no entran, como para prestar atención a un tema tan... ¿aburrido?
¿O debería decir revolucionario? Volvamos al principio, para tomar conciencia
de su significado. La CDU, el partido de Angela Merkel, y los socialdemócratas
del SPD, son los equivalentes al PP y al PSOE en España. La gran coalición que
están negociando significa, ni más ni menos, que el futuro gobierno alemán
estará compuesto por ministros de los dos grandes partidos. ¿Se imaginan un
gobierno de España con Rubalcaba sentado en la mesa del consejo de ministros
junto a una bronceada Ana Mato? Ni un cataclismo nuclear lograría un prodigio
semejante. Para los alemanes, sin embargo, no será la primera vez: en 1969 y
2005 ya tuvieron gobiernos de coalición entre las dos fuerzas políticas
teóricamente antagónicas. ¿Por qué se habla tan poco en España de un
acontecimiento tan revolucionario? Porque, más o menos conscientemente, no
interesa al establishment ni a los creadores de opinión. ¿En qué ocuparía su
tiempo un político español medio si no pudiera criticar a sus rivales? ¿En
tener ideas? ¿Y qué sería del periodismo patrio si ya no se pudiera identificar
claramente a amigos y enemigos? Sería la ruina de las dos mayores industrias
del país, el alboroto y el sectarismo. Mientras tanto, los alemanes siguen a lo
suyo. Un 66% de la población apoya la gran coalición. Casi sin hacer ruido.
sábado, 26 de octubre de 2013
viernes, 18 de octubre de 2013
EL DESGOBIERNO AMERICANO (18/10/2013)
Estos días se emite en televisión “La historia no contada
de los Estados Unidos”, una serie de documentales, dirigida por Oliver Stone,
que presenta una visión nada amable de la historia de la primera potencia
mundial en el último siglo. Stone es una rara excepción en su país, más
inclinado a exhibir el orgullo nacional que la autocrítica, y sospecho que sus
documentales tendrán mucha mejor acogida a este lado del Atlántico. No comparto
todos los puntos de vista del polémico cineasta – hacerlo así equivaldría a
considerarlo infalible – pero desde luego admiro su valentía. La conclusión más
importante a la que he llegado viendo su “historia no contada” es que,
demasiado a menudo, los Estados Unidos de América han sido gobernados por
individuos de capacidades muy limitadas. No me refiero a sus titulaciones en
Harvard o Yale, sino a sus capacidades morales y a su empatía hacia el
sufrimiento ajeno. Durante décadas, estos individuos de ética dudosa o
directamente inexistente – y sus opuestos al otro lado del telón de acero –
tuvieron al mundo en vilo con sus juguetes nucleares en el capítulo más
vergonzoso y demencial de la historia humana. Esta semana, algunos
norteamericanos han vuelto a dar muestras de esa mezquindad tan lamentable. Por
suerte, esta vez no está en juego la vida en el planeta tierra; esta vez “solo”
se trata de la estabilidad económica mundial. Un puñado de republicanos
radicales, empeñados en echar abajo el programa sanitario del presidente Obama
que aspiraba por fin a situar a su país en el concierto de las naciones
realmente civilizadas, han puesto en jaque al gobierno de la nación. Mientras
escribo estas líneas, leo que finalmente no lo han conseguido. Es lo que suele
ocurrir en las películas americanas. Al final, casi siempre ganan los buenos.
viernes, 11 de octubre de 2013
MONTORO CONTRA WERT (11/10/2013)
En esa competición cerrada por ser el ministro más
impopular de España, el de Hacienda ha decidido dar un puñetazo en la mesa.
Apagados los ecos del inicio del curso escolar, que había puesto a José Ignacio
Wert por delante en medio de un océano de camisetas verdes muy cabreadas,
Cristóbal Montoro se ha lanzado a la ofensiva. El mes de octubre comenzó con la
simbólica entrega de los presupuestos para 2014 al presidente del Congreso. ¿Se
acuerdan de aquellos palés repletos de folios? ¿Y del simpático pen-drive? Pues
olvídense. Lo que ahora se lleva es entregar los presupuestos metidos en un
código QR, que es como un cuadrado abstracto que queda de lo más apañado en las
fotos. Chúpate esa, Wert. Luego ha sido un no parar: que si las pensiones
subirán un 0,25% (es decir, su poder adquisitivo bajará), gobiernos autonómicos
de todos los colores mosqueadísimos por el reparto y declaraciones que parecen
gasolina en un extintor: “los salarios no bajan, crecen moderadamente”. Toma
ya, Wert, a ver si igualas ese titular. Montoro es insaciable. No contento con
atizar todos los fuegos de su departamento, la emprende también con los de su
acérrimo enemigo. Esta semana se ha descolgado con unas explosivas declaraciones
sobre el cine español, al que, por cierto, ha vuelto a recortar la asignación
presupuestaria: “los problemas del cine español no tienen que ver sólo con las
subvenciones, también con la calidad”. Es de imaginar que las ronchas que ha
levantado en el sector deben ser perfectamente visibles desde la luna. Lo
curioso es que un ministro de Hacienda emplee argumentos tan alejados de la
ciencia económica y se apropie de los de un crítico de cine. Los errores se
pagan. Wert no ha dejado pasar la ocasión: “el cine español me gusta mucho”.
Chúpate esa, Montoro. Continuará...
viernes, 4 de octubre de 2013
EL MAYOR ENEMIGO DE ARTUR MAS (04/10/2013)
A pesar del euroescepticismo creciente y de la antipatía
que despierta la burocracia de Bruselas, la Unión Europea sigue
siendo el proyecto político más avanzado del mundo. Naciones que medio siglo
atrás se hacían pedazos unas a otras, han logrado superar sus diferencias y
concentrarse en lo que les une: la vecindad geográfica, un pasado común y la
aceptación de unas normas de juego basadas en la democracia y el respeto a los
derechos humanos. No sé si alguien habrá notado que es exactamente lo contrario
de lo que pretende el proyecto independentista de Artur Mas: concentrarse en la
diferencia – la lengua – y olvidar lo común – una unión política de más de 800
años y una hermandad sentimental, sanguínea y cultural con el resto de
españoles que hace imposible que uno solo de nosotros no tenga un antepasado
catalán cuyos huesos reposen en esa tierra -. Esta semana, el presidente de la Generalitat visitaba
Bruselas por tercera vez en menos de un año y recibía el portazo del presidente
de la Comisión,
Durão Barroso, que se excusó de recibirle “por problemas de agenda”. ¿Qué
esperaba? ¿Una recepción con honores? Por muchas banderas estrelladas que
enarbole, por muy apasionadas que sean sus protestas de adhesión a Europa,
Artur Mas no podrá cambiar la realidad: el mayor enemigo de su proyecto
separatista no vive en Madrid sino en Bruselas. La Unión no puede ser neutral
ante la hipotética desmembración de sus socios, porque ese proceso atentaría contra
su misma esencia. Abraham Lincoln declaró la guerra a los rebeldes.
Afortunadamente, hoy existen métodos más sutiles. El lenguaje “gestual” de las
autoridades comunitarias es claro como el agua: las aventuras secesionistas se
pagan con la exclusión. Las últimas encuestas revelan que los escoceses han
tomado buena nota. Los catalanes también lo harán.
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