Este bendito periódico tiene la sana costumbre de separar a sus “opinadores”
por categorías – opinión política y opinión independiente - para orientar al
lector sobre las lealtades del que escribe o su presunta independencia. Parece
bastante razonable: un columnista que milita en un partido político no solo
tiene un compromiso con sus lectores; lo tiene también con sus conmilitones, a quienes
no puede traicionar expresando opiniones contrarias a la doctrina oficial del
partido y a los que debe una conducta activa en la propagación de sus tesis. Ahora
bien, los que ostentamos la bonita etiqueta de “independientes” tampoco estamos
exentos de obligaciones. La primera y más evidente, para hacer honor al título,
es la de no utilizar el sagrado espacio periodístico para hacer apología de un
partido político. Esto no significa que los columnistas debamos ser
políticamente indiferentes o que el día de las votaciones, a semejanza de la
familia real, tengamos que quedarnos en casa. Todo lo contrario. Creo que para
poder opinar hay que tener ideas políticas bien asentadas y, sobra decirlo,
acudir a las urnas religiosamente. Lo que sí debe exigirse a un articulista es
tolerancia y altura moral; humildad para admitir que el que no piensa como
nosotros también podría tener razón. Hay pocos espectáculos menos edificantes
en el mundo del periodismo que el de un profesional sectario, entregado a la
defensa agresiva y destemplada de un partido político con el que se ha identificado
tanto, que ha acabado por amputarse él mismo su propia independencia. Opinar en
un medio público conlleva una responsabilidad. Prometo a mis queridos lectores
estar siempre alerta y no caer en la tentación partidista. Esto es lo que hoy
opino. El próximo 26 de junio, votaremos.
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