En el año 490
a.c., el soldado Filípides corrió cuarenta kilómetros
para anunciar la victoria de los griegos en la batalla de Maratón, y cayó
muerto por agotamiento. Si el ser humano fuera un animal verdaderamente
racional, esta mítica historia bastaría para que a nadie se le ocurriese
repetirla. Pero no es el caso. Sin excusa ninguna, por el simple placer de
correr, el calendario de cada primavera se llena de carreras populares a las
que acuden legiones de deportistas para poner a prueba su resistencia. Algunas
no llegan a emular la hazaña de Filípides, como la 10k que organizaron con
éxito los alcañizanos del club Tragamillas, pero otras la dejan atrás de largo:
la Desert Marathon,
de 110 kilómetros,
se correrá el próximo mes de julio en la soleada tierra de los Monegros.
¿Locura colectiva? ¿Masoquismo? Algo más tiene que haber. Según Christopher
McDougall, autor del best-seller “Nacidos para correr”, la capacidad de correr
largas distancias detrás de las presas para matarlas por agotamiento, fue la
especialización evolutiva más decisiva del homo sapiens. Ninguna otra especie
desarrolló un sistema de refrigeración tan perfeccionado; ningún pariente
primate comparte con los humanos el talón de Aquiles, los glúteos y el
ligamento de la nuca, mecanismos esenciales para correr. Somos la especie que
corre, y desde que sustituimos las carreras por el breve trayecto que va desde
nuestro sofá a la nevera, algunas cosas ya no marchan bien: las enfermedades cardiovasculares,
hasta doce tipos de cáncer y la depresión – enfermedades desconocidas por
nuestros antepasados - hacen estragos en las sociedades modernas. Vuelvan a
correr. Respeten sus límites, pero corran. Porque hay una parte importante de
la historia griega que nadie nos ha contado: mientras corría, Filípides fue
feliz.
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ResponderEliminarP.D. Muchas gracias por la foto: "Uno puede devolver un préstamo de oro, pero está en deuda de por vida con aquellos que son amables".