¿Otra vez filete empanado? A los signos de interrogación
habría que añadir exclamaciones, porque la pregunta era en realidad un alarido
de tipo existencial, un grito de Dolores que no esperaba respuesta y que
rebotaría infinitamente en las alicatadas paredes de la cocina familiar hasta
extinguirse. Porque uno era muy consciente de la realidad: la alternativa al
filete empanado era el plato vacío, la nada, y si uno prolongaba demasiado la
protesta, corría el riesgo de ver a uno de sus voraces hermanos capturar el
filete y hacerlo desaparecer a velocidad de vértigo. De nuevo el plato vacío,
la nada. ¡Yo quería un filete de verdad! ¿Tan difícil era de entender? Y llegó
un día en que lo entendí todo: la gigantesca proeza de criar a siete hijos y
darles una educación, de estirar el sueldo de forma casi mágica para poner cada
día un plato en la mesa y muchas cosas más, de concebir la vida como una
entrega total a los demás, de quedarte siempre con la peor parte, con el filete
más chamuscado... Extraordinaria lección: el que sirve, se queda siempre con el
filete empanado más chamuscado de la bandeja. Al abrir hoy el periódico,
descubro que el ejemplo de mis padres, como el de tantísimos otros, no cunde
para nada entre algunos de nuestros servidores públicos. Al parecer, el
gobierno de Aragón ha retirado la subvención a los comedores escolares, pero ha
mantenido la del comedor de las Cortes. Como resultado, un diputado autonómico
come por menos de la mitad de lo que paga un niño de cuatro años. ¿Quién comerá
entrecot y quién filete empanado? Hagan sus apuestas. El principio básico que
debería inspirar la labor de un político es el de servicio a su comunidad, y sé
que muchos lo entienden así. Por ello, señores diputados, hagan el favor de
cuidar las formas. Acuérdense de sus padres. Escojan el filete chamuscado.
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