En el momento de escribir estas líneas me asalta la duda de si tendrán
algún sentido cuando lleguen a mis amados lectores. España y Cataluña seguirán
en el mismo sitio, de eso no cabe duda, pero algunos actores del drama podrían haber
sido ya eliminados sorpresivamente como si fuera el penúltimo capítulo de una
serie televisiva de éxito. Sospecho que el problema catalán se parece más a un
culebrón que a una serie de la HBO, pero una prudencia elemental me lleva a no
hacer conjeturas.
Hace algunas semanas, recibí la oferta de trabajo de una agencia de
noticias con sede en una capital europea, para cubrir varios acontecimientos
que iban a tener lugar en Zaragoza con motivo del desafío del separatismo catalán.
La primera de ellas era el referéndum simbólico en apoyo del derecho a decidir
de Cataluña que había convocado Puyalón de Cuchas en su sede de la calle de San
Pablo. Puyalón es una escisión de Chunta Aragonesista, de corte independentista
y anticapitalista, cuyos simpatizantes podrían alcanzar unos pocos centenares,
siendo generosos. ¿Por qué podría interesar a una agencia de noticias
extranjera un acto de apoyo al referéndum ilegal de Cataluña llevado a cabo por
un grupo con una representatividad tan ínfima en la sociedad zaragozana? Por el
cariz que tenía la noticia, que me encargué de elaborar yo mismo siguiendo las
directrices de la agencia, se trataba de dar la imagen de que existía algún
tipo de debate sobre la cuestión. Sobre las razones de mi conducta, me remitiré
a esas célebres palabras del torero Manuel García Cuesta, “El Espartero”: “Más
cornás da el hambre”. Los de Puyalón me trataron con amabilidad, todo hay que
decirlo, y mientras la conversación no abordó temas políticos me parecieron
gente cercana, piercing arriba, camiseta con leyenda revolucionaria abajo. En
cambio, cuando salía a relucir su particular interpretación de España como
estado opresor de los pueblos, no podía evitar preguntarme si realmente vivíamos
en la misma dimensión o si habitábamos realidades paralelas que jamás llegarían
a tocarse.
La cosa no quedó ahí. Esa misma mañana, la agencia me rogó que me
acercase al pabellón Siglo XXI porque se estaban produciendo altercados a la
salida de la asamblea de Podemos en favor… ¿del derecho a decidir? No estoy
seguro. No logro penetrar en la lógica del partido de Pablo Iglesias, Ada Colau
y compañía. Ni siquiera estoy seguro de que sea un solo partido y no
diecisiete. Llegué tarde, pero a tiempo de contemplar el epílogo del fregado.
No vi ningún nazi, a diferencia del imaginativo Alberto Garzón. No presencié
violencia física alguna, aunque sé que hubo un botellazo unas horas antes;
violencia verbal, sí, espectáculo desagradable pero por desgracia no muy diferente
al que puede contemplarse cada domingo en un campo de fútbol. Lo recogí todo con
mi cámara y sospecho que fue del agrado de mis comitentes.
El remate llegó el sábado siguiente, víspera del día de autos, cuando
nuevamente fui encargado de levantar acta audiovisual de un acto relacionado
con el monotema catalán. ¿Lo adivinan? De nuevo una concentración de
partidarios del referéndum ilegal, un pequeño islote de 100 irreductibles
reunidos en la plaza de Aragón de Zaragoza, rodeados por rojigualdas colgando
de los balcones. ¡Qué fijación! Está claro que un sector del periodismo europeo
ya había tomado partido, antes incluso del maldito 1 de Octubre. Me siento algo
culpable, lo confieso. Para estas faenas tan poco lucidas, más me valdría
cortarme la coleta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario