Son la sensación del momento. Altos, guapos, ricos y famosos. Si les
digo que fueron deportistas olímpicos van a pensar que les hablo de un
Urdangarín redivivo y por duplicado, pero no, los gemelos Tyler y Cameron Winklevoss
alcanzaron la fama por motivos muy diferentes a los de nuestro desgraciado
compatriota: en 2004 acusaron a Mark Zuckerberg de haberles robado la idea que
dio origen a Facebook y lograron que este les compensara con 65 millones de
dólares. La batalla legal fue contada en “La red social”, la estupenda película
de David Fincher, y los gemelos Winklevoss se convirtieron en personajes
legendarios antes de cumplir los treinta años.
Muchos se habrían conformado con llevar una vida confortable y alejada
de los focos, pero no así los Winklevoss. Debieron pensar que la providencia no
les había regalado 196 centímetros de altura, mandíbulas de estatua griega y
matas de pelo frondoso para quedarse en casa. No contentos con haber estado en
el ojo del huracán del nacimiento de Facebook, un fenómeno social de
proporciones planetarias, se empeñaron en ser protagonistas de otro
acontecimiento que está condenado a pasar a la historia: el desarrollo de
Bitcoin, la moneda virtual que hoy hace furor en los mercados financieros de
todo el mundo.
El dinero es, por definición, un concepto virtual, una convención por la
que concedemos valor a un elegante trozo de papel y hacemos de esa suposición
la base de todos nuestros intercambios económicos. Sin embargo, el Bitcoin
significa ir un paso más allá. El valor de este dinero lo sostiene únicamente
la comunidad de inversores, sin ningún control de una autoridad estatal o
internacional. Estarán conmigo en que todo este asunto tiene un parecido
asombroso a todos los cracks bursátiles que en el mundo han sido, pero eso no
parece desanimar a los que ahora compran Bitcoins como si no hubiera un mañana.
Los Winklevoss lo hicieron a precio de saldo. Cuando pare la música - que es lo
único seguro que pasará con este negocio - apuesto a que no serán de los que se
queden sin silla, o con el culo al aire, por decirlo más gráficamente. Los que
acaben perdiendo hasta la camisa tendrán menos pelo y más papada, y en el peor
de los casos acabarán surcando el cielo de Manhattan en el colmo de la
desesperación.
Esta semana, al calor del asunto de los Bitcoins, la BBC emitió un programa de radio especial dedicado a los gemelos de moda. El padre de las criaturas, matemático y hombre de inteligencia preclara, reflexionaba con brillantez sobre el secreto del éxito de sus hijos. Para él, Tyler y Cameron forman un equipo competitivo porque cada uno proporciona al otro la cuota de verdad constructiva que se necesita en la vida para tomar las decisiones correctas. En los negocios, en la vida personal o como remeros olímpicos. Los padres suelen ser los encargados de cumplir con esa misión, pero mientras es más que probable que un hijo acabe rebelándose contra su padre, un gemelo rara vez lo hará contra su hermano.
Esta semana, al calor del asunto de los Bitcoins, la BBC emitió un programa de radio especial dedicado a los gemelos de moda. El padre de las criaturas, matemático y hombre de inteligencia preclara, reflexionaba con brillantez sobre el secreto del éxito de sus hijos. Para él, Tyler y Cameron forman un equipo competitivo porque cada uno proporciona al otro la cuota de verdad constructiva que se necesita en la vida para tomar las decisiones correctas. En los negocios, en la vida personal o como remeros olímpicos. Los padres suelen ser los encargados de cumplir con esa misión, pero mientras es más que probable que un hijo acabe rebelándose contra su padre, un gemelo rara vez lo hará contra su hermano.
Y es que la Verdad es la mercancía más valiosa que existe. Ante ella, que
se quiten los Bitcoins o los lingotes de oro. Admito que también tiene algo de
virtual y que es difícil hallarla libre de prejuicios,
miedos y otras impurezas, pero cuando uno se la encuentra no hay experiencia en
la vida más dolorosa, educativa o reveladora. Los Winklevoss se dicen la verdad
el uno al otro, cada día, y tengo la intuición de que no se cobran nada por
ello. Cómo no van a tener éxito. Lo contrario hubiera sido incomprensible.
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