Se le tuvo que pasar por la cabeza, forzosamente. Sobre la
tribuna del Congreso, a punto de recitar la lista maldita con las medidas de
ajuste más duras de la historia de la democracia, Mariano Rajoy tuvo que
revivir ese momento, como el flashback de una película que protagonizó solo
unos meses atrás. Él era el flamante jefe de la oposición y el primer escaño
azul lo ocupaba un presidente de rostro descolorido, superado por una situación
económica que entonces se antojaba dramática... ¡Qué sabíamos entonces de
dramatismo! Antes de anunciar los recortes que iban a cabrear a medio país y a
atemorizar al otro medio, el ahora presidente Rajoy quizás musitó entre
dientes: “Somos dueños de nuestros silencios y esclavos de nuestras palabras”.
Y debió recordar las que pronunció en esa misma tribuna cuando el gobierno de
Zapatero subió el IVA, empujado por las angustias financieras que no han dejado
de crecer desde entonces: “Un disparate, un sablazo de mal gobernante, inútil,
injusto...” Creo que, a estas alturas, casi nadie discute que el gobierno
socialista gestionó la crisis con extraordinaria torpeza pero, siendo justos,
habría que dejar también sentado que la oposición del Partido Popular fue
devastadora, desleal y poco patriótica. ¿Sabrán los partidos políticos extraer
alguna enseñanza de toda esta zozobra? El espectáculo de la diputada/hija de
papá Andrea Fabra jaleando a su jefe cuando anunciaba el recorte a los parados
– “¡Muy bien, muy bien!” – y rematándolo con un muy poco enigmático “¡Que se
jodan!”, me ha sumido en la vergüenza y la indignación. Sospecho que al mismo
Rajoy también. ¡Qué tragedia es que la sensatez nos venga cuando ya pasó el
tiempo de poder emplearla! Rajoy sería hoy un magnífico jefe de la oposición,
pero los dioses le han reservado un destino más cruel: ser el caballero de la
triste figura.
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