Busquen una vieja fotografía en la que aparezcan miembros
de su familia. Debe ser lo suficientemente antigua como para que todos hayan
muerto, y los podamos mirar con el espíritu libre de penas. A continuación,
investiguen los acontecimientos más importantes de sus vidas. Para ello deberán
preguntar a los más viejos y, al principio, estos lanzarán un largo suspiro
como si recordar el pasado les costara un esfuerzo sobrehumano. Insistan,
porque en poco rato estarán hablando por los codos y haciéndoles revelaciones
sorprendentes. A lo mejor descubren que su bisabuelo, como el mío, que en la
foto parece recién salido de los astilleros del Titanic, fue en realidad un
honesto fabricante de botas de vino. O que ese con cara de pícaro, el primo
Clementín, era capaz de cruzar la ciudad de punta a punta, montado en su
bicicleta y sin tocar el manillar. Hechas las averiguaciones oportunas,
acomódense delante de la fotografía y mírenles a los ojos, uno a uno. Aunque no
sonrían demasiado, eso no significa que estén tristes; no se atreven a mentirle
a la cámara porque todavía les infunde respeto esa máquina mágica, capaz de
robarle un instante al tiempo en sus mismas narices. Si tienen la paciencia
suficiente, pronto empezarán a comprender lo que esas miradas están diciendo.
Que la vida es un breve pasar, un suspiro. Que el tiempo se nos tragará a
todos, y que de nuestras crisis, angustias y ambiciones no quedará
absolutamente nada. Empezarán a sentir que nuestra vida es algo bastante
intrascendente, y que quizá damos a ciertas cosas una importancia
desproporcionada. Carpe diem, preocupaos lo justo, vivid cada segundo, amad al
prójimo, no os agarréis a las cosas... Los muertos también tienen cosas que
decir. Busquen una vieja fotografía.
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De lo mejor que has escrito. Te superas.
ResponderEliminarIgnacio
Gracias Ignacio!!
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