Tradicionalmente, cuando un partido político pasaba a la
oposición después de una legislatura en el banco azul, sus dirigentes
aprovechaban la circunstancia para reorganizar filas, hacer limpieza de las figuras
políticas ya amortizadas, y acodarse confortablemente en una barrera de sombra
para contemplar al enemigo desgastarse a ojos vista, dando capotazos al temible
miura que es el gobierno de este país de locos llamado España. Por desgracia
para algunos, esos tiempos han pasado. En los actuales, en medio de la crisis
económica más profunda de las últimas décadas, el gobierno del Partido Popular
se desgasta, sí; pero el Partido Socialista, en la oposición, sufre tanto o
más. Los partidos pequeños se rebelan en las encuestas y ya nadie se atreve a
predecir qué puede pasar en las próximas elecciones generales. Con este
panorama vuelto del revés no deja de ser lógico que los grandes dilemas sobre
el futuro del partido se planteen en casa de la oposición. El primero de todos,
elegir el cabeza de cartel para las próximas elecciones. Rubalcaba parece
agotado, sin el impulso necesario para afrontar el desafío. Griñán, presidente
del partido, acaba de anunciar que no se presentará a la reelección en
Andalucía para dejar paso a rostros nuevos, mandando un mensaje al secretario
general para que acelere los plazos de unas posibles elecciones primarias.
Rostros nuevos, de acuerdo, ¿pero cuándo? ¿En medio del temporal actual que
podría destruir las opciones de un candidato poco cuajado? ¿O es mejor esperar
al último momento, cuando las elecciones estén a la vuelta de la esquina? La
respuesta no la conoce nadie. Rubalcaba tampoco. Pero creo que hasta él mismo
es consciente de que entre el acierto y el error se encuentra la peor decisión
de todas. La falta de decisión misma. La indecisión.
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