Dentro de poco, los artículos de prensa deberán ir
acompañados de una marca de sangre de su autor, para garantizar que han sido
escritos por la mano de un periodista y no por los algoritmos de un programa
informático. Sé lo que estarán pensando, queridos lectores: me van a endosar la
clásica noticia chorras, la que se mete al final de un periódico cargado de
información de verdad, que suele ser poco divertida, para desengrasar las
mentes y dejar buen sabor de boca. Pero esta vez se equivocan. El rotativo Los
Angeles Times lleva tres meses utilizando un programa informático capaz de
elaborar noticias de varios párrafos en cuestión de minutos, a partir de los
datos que llegan a la redacción. Por ejemplo, sobre un terremoto. O sobre los
partidos de fútbol del fin de semana. Gente solvente que las ha leído afirma
que son indistinguibles de la clásica pieza de agencia de toda la vida. Por
motivos similares, el gremio del taxi está que trina. Otro programita
informático amenaza con disputarles una parte del negocio al convertir a
particulares en taxistas improvisados a golpe de teléfono móvil. Alguien tendrá
que regular administrativamente ese lío e impedir el intrusismo profesional a
las bravas pero, aún así, las cosas no pintan bien para la comunidad taxista.
Antes fueron los músicos, los cineastas, ahora también los escritores. ¿Quién
será el siguiente? Hasta ahora, al pensar en un mundo futurista dominado por
las máquinas, uno se consolaba imaginando que sería un robot con brazos y
piernas el que le mandaría a la cola del paro. Con suerte, a lo mejor nos
sonreía y se disculpaba con voz metálica. Pero los programas informáticos no
piden disculpas. Se limitan a hacer ricos a los humanísimos seres que los conciben.
Más vale que nos vayamos acostumbrando. Porque esto no hay quien lo pare.
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