lunes, 3 de abril de 2017

LA CARTA (26/03/2017)

Uno de los personajes de “El ala oeste de la Casa Blanca” – la serie de televisión de género político más brillante jamás realizada - era un speechwriter, un escritor de discursos a la mayor gloria del presidente norteamericano. En su día me pareció un oficio muy interesante. Para ejercerlo había que sentir pasión por la política, como era mi caso, pero sin las exigencias del gladiador que tiene que bajar a la arena a lanzarle al rival un puñado directo a los ojos si es necesario. Aquello encajaba bastante bien con mi formación, mi carácter y, sobre todo, con el grosor de mi epidermis, demasiado fina para soportar codazos de compañeros de partido y menos aún navajazos de los rivales. Por desgracia nunca encontré un político a quien servir y la de escritor de discursos pasó a engrosar la lista de mis vocaciones frustradas. 
En España los hay estupendos. En un país donde los auxiliares administrativos tienen más nivel de inglés que los líderes políticos, es lógico pensar que los logógrafos – así los llamaban en la antigua Grecia – también están por encima de sus clientes. Aunque por lo bajo, unos y otros tiendan a igualarse. Detrás de un mal político casi siempre hay un mal escritor; y cuando dos malos políticos se deciden a escribir algo juntos, el resultado puede ser catastrófico. Algo así ha ocurrido con la carta conjunta que han publicado Carles Puigdemont, presidente de la Generalitat catalana, y Oriol Junqueras, líder de ERC, en las páginas del diario El País. “Que gane el diálogo, que las urnas decidan” es una mala pieza de literatura política por muchas razones. En primer lugar, por la falacia de su argumento central. Afirmar que “en democracia no existe el derecho a no dialogar” es tan falaz como torpe, porque pone la respuesta en bandeja al enemigo. Lo demuestra lo poco que ha tardado la vicepresidenta Saénz de Santamaría en contestar. Si el argumento fuera cierto, llevado al extremo, una asociación de delincuentes podría exigir al gobierno una mesa de diálogo para la despenalización de las conductas mafiosas. Cuando el escritor se mete en ejercicios retóricos, el resultado no mejora. “Pactar la forma de resolver las diferencias políticas siempre une. Las diferencias solo separan si no se quiere acordar la forma de resolverlas”. ¿Se puede ser más cínico? Resulta que pactar un referéndum para sentenciar la ruptura de España nos va a unir un montón, bueno, no veas lo unidos que vamos a estar. 
Pero la mayor debilidad del panfleto independentista es que se le va el toro vivo, porque no plantea con claridad la pregunta más incómoda que podría escuchar un gobierno español en su enfrentamiento con el problema catalán. A saber: ¿qué respuesta da el estado español al hecho de que un porcentaje muy importante de la población catalana vote por partidos políticos separatistas? A día de hoy, casi el 50% de los votantes. Y yendo todavía más lejos: ¿qué hará si ese porcentaje sube, como no ha dejado de suceder en los últimos años? Preguntas que van a la yugular del gobierno pero que se le escapan al autor, contagiado del atolondramiento de sus promotores, empeñados en pisar el acelerador y estamparse contra el muro de la legalidad. Puigdemont y Junqueras acabarán encarcelados o inhabilitados, pero el problema catalán persistirá. Lo más probable es que vaya todavía a peor. Señores independentistas, si no pueden cambiar de ideas y dejar de incordiar, al menos cambien de escritores y de estrategia. Son muy malos. Y los hacen a ustedes aún peores de lo que son.  

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