miércoles, 19 de abril de 2017

SE LLAMA GARCÍA (16/04/2017)

Según el Instituto Nacional de Estadística, es el apellido más común de España. Más de un millón y medio de Garcías. Como semejante cantidad da para mucho, el apellido lo han ostentado presidentes de gobierno, asesinos en serie, e incluso artistas de fama universal. Sin embargo, en muy pocas ocasiones en la historia un García ha estado en boca del mundo entero como en esta semana que termina. Desde el imperio del sol naciente hasta los bosques de Alaska, millones de personas han tenido que lidiar estos días con la pronunciación de ese apellido que hoy me parece tan bonito. Prueben ustedes a decirlo y no se corten, que nadie lo hará con más elegancia. García. ¿No tiene un regusto a queso curado y a venta del Quijote?
El culpable de esta masiva exportación de cultura española – muchos ya lo habrán adivinado -  se llama Sergio García, nació en Borriol, provincia de Castellón, hace 37 años, y acaba de ganar el Masters de Augusta, el torneo de golf más importante del mundo. Debo confesar que no he tocado un palo de golf en toda mi vida. Para no mentir, tengo el vago recuerdo de un campo de prácticas en el que mi amigo Fernando Gómez “Chou” me repetía eso de “fija la vista en la bola” cada vez que yo intentaba golpearla y lo único que recibía a cambio era el silbido del aire y una sacudida en mis cervicales, pero juro por lo más sagrado que no sé si lo he soñado o si mi memoria intentó un borrado selectivo de acontecimientos traumáticos que no llegó a completarse. En todo caso, puedo afirmar que la cultura del golf no me es ajena y que he vibrado con este deporte desde muy joven, cuando me aficioné a verlo por televisión. 
 No eran malos tiempos. A mediados de los 80, la televisión pública todavía hacía por la cohesión social poniendo al alcance del español medio los mejores acontecimientos deportivos, incluido el golf. Así aprendí lo que era un green, una madera o un doble bogey. Vi jugar al mítico Jack Nicklaus, a Tom Watson, Nick Faldo, Greg Norman y, por descontado, me emocioné con mis compatriotas, el irrepetible y genial Severiano Ballesteros y ese vasco maravilloso llamado Chema Olazábal. Los verdaderos amantes del golf podrán decir que no conoces este deporte si no has aspirado el aroma de la hierba de un green recién cortada, o escuchado el sonido de un driver golpear la bola desde el tee de un par 5. No les quito la razón. A mí del golf me atrajo la belleza de su naturaleza domesticada, la elegancia de su suerte suprema, el swing, que, por una misteriosa coincidencia, es la forma más eficiente y estética de golpear una bola, me sedujo la caballerosidad de los golfistas, el respeto a las normas y a las tradiciones de este deporte. Y la emoción del juego, por supuesto. Aunque el golf pueda resumirse en dos sencillas palabras – agujero y pelota – no es difícil intuir que su práctica profesional es extremadamente exigente, sobre todo en lo psicológico. Las victorias son gloriosas y las derrotas muy amargas. 
De todo ello sabe mucho Sergio García, el flamante vencedor del Masters de este año. Desde muy joven estaba llamado a ser gran figura del golf mundial, pero el destino quiso ponerle las cosas difíciles. Los torneos grandes se le resistían. Llegó a ostentar el dudoso honor de ser el mejor jugador de la historia que no había ganado uno de los majors. Hasta ahora. Me encanta que Sergio haya triunfado en Augusta, Georgia, donde las azaleas huelen tan fuerte que traspasan el televisor. Pero aún me gusta más que se apellide García y sea español.             

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