Me llegan noticias frescas de Barcelona. Frescas y polvorientas como en
los tiempos en que recorrían los caminos de España a uña de caballo. Vivimos en
la sociedad más sobreinformada de la historia, pero el testimonio directo de un
amigo que vive sobre el terreno en la turbulenta Cataluña te aporta una visión
más enfocada que la de los canales de información tradicionales. Inma y Ricardo
se han dejado caer por Zaragoza y nos citamos en el Café La Palma para celebrar
nuestra amistad y ponernos al día. Cuando uno se encuentra con unos amigos
catalanes que hace tiempo que no ve, lo último que se le ocurriría soltar, así,
a quemarropa, sería algo como: “¿Qué tal el procés?”. Sería como preguntar a un
ulceroso crónico por su úlcera o a un cojo por su cojera. Una falta de tacto
imperdonable, más aún tratándose de catalanes sensatos que por fuerza tienen
que estar exhaustos de aguantar la propaganda separatista un día sí y otro
también.
Empezamos por temas amables, como el reciente concierto de nuestro
admirado Sting en los jardines de Pedralbes, y seguimos con otros más
ofuscados, como la crisis turística que vive Barcelona. A juzgar por lo que
oigo - insisto, por boca de gente sensata – conviene no mezclar las cosas: el
radicalismo violento de grupos que atacan hoteles es una conducta
injustificable, pero ello no excluye que exista un grave problema de
masificación turística en la ciudad. Quizás resulte difícil de creer desde la
óptica tradicional del negocio turístico en España, pero, al parecer, la crisis
existe. En el fondo, no es tan difícil de entender: si admitimos que Barcelona es
una realidad física que no se expande, cabe la posibilidad de que la llegada
creciente de turistas a esta pacífica ciudad haga que amanezca el día en que, sencillamente,
ya no se quepa. Inma y Ricardo viven a dos manzanas de la Sagrada Familia. Solo
con nombrarles a Gaudí ya les cambia el color. Cuando describen los ríos humanos
que inundan su calle todos los días del año, hablan como dos veteranos del
Vietnam.
Y cómo no hablar del procés. Aunque sobra la confianza, espero a que
ellos saquen el tema y me sorprendo de encontrarles bastante enteros después de
tantos años de conflicto. Confirman que el soufflé independentista está
empezando a bajar y que la sociedad catalana, unos y otros, van a llegar a la
recta final sin fuerzas. ¿Qué va a ocurrir el 1 de octubre? Nadie tiene la
menor idea. Se rumorea en la calle que las famosas urnas están compradas y guardadas
a buen recaudo. ¿Qué hará el gobierno central cuando salgan a la calle? Otro
gran misterio. La pasividad de Mariano Rajoy en el problema catalán viene de
lejos y ha sido una de las razones, en mi opinión, de la expansión
descontrolada del sentimiento independentista. Pasividad sobre todo en la
pedagogía, a la hora de hablar del asunto de forma abierta y sincera. El
presidente del gobierno siempre ha transmitido una imagen de debilidad cuando
habla de Cataluña – o mejor, cuando no
habla de Cataluña - y esa debilidad la ha captado perfectamente el separatista
catalán de la nueva hornada, irresponsable y festivo. Ahora bien, el problema
no existiría sin la deslealtad de los políticos catalanes independentistas que nos
han metido a todos en este lío. La historia les juzgará con dureza. Antes de
despedirnos, Inma y Ricardo me invitan a Barcelona a asistir al clímax de este
drama, el próximo 1 de octubre. “Así aprovechas y visitas la Sagrada Familia”-
me dicen con sorna. Solo de pensarlo ya me tiemblan las
piernas.
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