Chas-chas-chas-chas. Es ridículamente temprano, el sol ya
brilla y las urracas de mi barrio gritan a pleno pulmón celebrando algún feliz
acontecimiento de su mundo pajarero que no logro adivinar. Ponga una urraca en
su vida, y olvídese del despertador. Esta primavera, las urracas se han
apoderado del espacio aéreo de mi barrio desplazando a las chillonas cotorras
argentinas y a las palomas de toda la vida, en una guerra por el control de los
cielos que ríete tú de la batalla de Inglaterra con la RAF y la Luftwaffe. Me
pregunto qué puede significar la llegada de este pájaro elegante y trajeado.
¿Es alguna señal bíblica sobre el advenimiento de un diluvio universal, otra
Sodoma y Gomorra, el colapso definitivo del sistema financiero que hace unos
meses era la envidia del mundo civilizado? El día que vea a un buitre acomodado
en la rama del platanero de mi calle, habrá llegado el momento de empezar a
preocuparse pero, de momento, no nos pongamos en lo peor. Dice wikipedia que la
urraca es uno de los animales más inteligentes que existen, capaz de
reconocerse en un espejo como solo hacen primates o delfines; que es
oportunista, ahorrador y con una enorme afición por las cosas brillantes; que
se comunica muy bien con sus congéneres para defenderse mutuamente de los
depredadores. Blanco y en botella. La llegada de la urraca es la señal de que
los españoles tenemos que ponernos las pilas, estar más alerta, ser
imaginativos, cooperativos, competitivos, y no esperar a que la vaca del Estado
– que tendrá las ubres secas por una buena temporada – nos siga alimentando
como hasta ahora. El tiempo de las cotorras ha pasado. Bienvenidos a la era de
la urraca. Chas-chas-chas-chas. Ahí están otra vez. Ahora mismo me levanto de la
cama.
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