La economía es la ciencia que estudia cómo satisfacer
necesidades humanas siempre crecientes, mediante la administración de recursos
siempre limitados. Economizar, en el sentido estricto del término, significa
ahorrar. ¡Qué lástima que en España olvidáramos durante años este concepto tan
básico! Dos décadas de construcciones faraónicas, aeropuertos sin aviones y
conciertos de Julio Iglesias en las fiestas patronales de cada pedanía de
España, han logrado que en las arcas públicas tejan sus telas las arañas,
resuene el eco y se sienta un vacío sobrecogedor. El ministerio de Hacienda
debería plantearse convocar un concurso de ideas para encontrar nuevas fórmulas
de obtener ingresos. Allá va la mía: que en cada edificio público de España se
levanten los cojines de los sillones y sofás para hacer acopio de los
centimillos que se han ido cayendo con los años. Menos da una piedra, digo yo.
Afortunadamente, el ministro Montoro cuenta con individuos de ideas mucho más
brillantes. Un ejemplo: ¿cómo crear un impuesto totalmente nuevo, que garantice
ingresos fijos al Estado con independencia de la coyuntura económica –824
millones de euros; más que el impuesto sobre el Patrimonio - y que no despierte
ninguna contestación social porque las futuras víctimas de ese impuesto se
alegrarán de serlo? Lo acaba de hacer el gobierno imponiendo un tributo del 20%
a los premios de loterías superiores a 2.500 euros, hasta ahora exentos. Esta
navidad, cuando a los agraciados se les pase la resaca del champán y se enteren
de la mordida gubernamental, van a poner el grito en el cielo. Pero claro, en
voz muy baja: a ver quién es el guapo que se va a asaltar el Congreso de los
Diputados cuando te ha tocado el Gordo. Lo reconozco: una idea retorcida y
genial. Digna de un premio Nobel.
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