Me gustaría ser estrella del rock por un día. Debe ser una
sensación increíble sentir a cincuenta mil personas a tus pies, recitando de
memoria todas tus canciones y saludando cada gesto tuyo como si fuera una
genialidad. No hay comparación posible. Un líder político puede gozar de un día
de gloria, pero su alegría siempre estará ensombrecida por la certeza de que
cuando sus promesas no se cumplan, los mismos que hoy le aclaman mañana le insultarán.
Un líder religioso puede sentir el afecto de su rebaño, pero en un recodo de su
mente siempre anidará la duda, y su felicidad nunca será completa. La estrella
del rock no promete el paraíso, ni en la tierra ni en el cielo. Se limita a
oficiar una ceremonia de comunión con su público, y después se marcha al hotel
donde le espera una nutrida legión de groupies, y donde es más que probable que
cause algún desperfecto que su manager pagará sin regateos. Me gustaría ser
estrella del rock por un día, porque si fueran dos me volvería majareta. En los
grandes conciertos ocurre un fenómeno que siempre me ha llamado la atención:
cuando el grupo toca alguna de sus canciones más emblemáticas, el líder invita
al público a unirse a él, y miles de gargantas cantan al unísono. ¡Y nunca
desafinan! Si tomáramos sus voces por separado la mayoría no sabría entonar
debidamente, pero la unión de todas logra una armonía sorprendente. Una prueba
más del poder mágico de la solidaridad humana. En España no se sabe si falla la
canción, el líder o es que el público prefiere quedarse en casa. Aquí se
encuentra especial placer en ir por libre, en separar, en tribalizar, en
fabricar países, naciones, fronteras, y en dejar alto y claro que - ¡líbreme
Dios!- yo no soy como mi vecino sino mucho mejor. Necesitamos canciones nuevas,
realistas, alejadas de mesianismos. Se busca estrella del rock.
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