Los españoles somos hospitalarios, extrovertidos y amantes
de la fiesta. Los franceses, pedantes y antipáticos. Los italianos, gritones,
simpáticos y mujeriegos. Los ingleses, estirados y, hasta que desembarcan en
alguna localidad costera española, profundamente reprimidos. Los alemanes,
aburridamente cuadriculados. Los marroquíes, sucios y poco de fiar... Para
fabricar tópicos y prejuicios que resuman con confortable simpleza nuestra
visión de los países vecinos, siempre se aplican las mismas reglas: a los que
consideramos inferiores les dispensamos desprecio, a los iguales, simpatía, y a
los que tenemos secretamente por superiores, actitudes que van desde el odio a
la indiferencia. Para cualquiera que haya cogido más de dos aviones en su vida,
es evidente que estos prejuicios encierran grandes dosis de falsedad y que se
ven contradichos cada vez que uno pone un pie en otro país. El primer francés
con el que tropiezas resulta ser encantador, el italiano un muermo, el alemán
no deja de contar chistes y el marroquí tiene una educación exquisita. Gracias
a las nuevas tecnologías, ni siquiera hace falta viajar para llegar a estas
conclusiones. En la edición digital del Times me he topado esta mañana con una
foto del primer ministro David Cameron plantándole un beso a su esposa, en la
clausura de la convención del Partido Conservador. ¡Vaya beso! Ni Gary Cooper
lo haría mejor. ¿Y este es el presidente de los reprimidos británicos? Intento
imaginar a Mariano Rajoy en la misma suerte y se me queda la mente en blanco. Y
no solo con él. ¿Se acuerdan del patético beso de Felipe y Leticia el día de su
boda? El de los príncipes británicos fue infinitamente más pasional. Al
parecer, los españoles somos mucho más vergonzosos y menos cachondos de lo que
creíamos. Otro tópico que se nos cae.
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