No pudo ser un gesto premeditado. Las posibilidades de que
el atleta que llevas por delante y que se dispone a ganar la carrera se detenga
súbitamente y se ponga a saludar al público cuando aún le quedan quince metros
para llegar a la meta son tan remotas, que ningún manual de atletismo te puede
prevenir sobre una situación así. El vitoriano Iván Fernández tuvo que
improvisar. Se disputaba el cross de Burlada (Navarra) y el corredor despistado
era nada menos que el keniata Abel Mutai, medallista olímpico en Londres. Con
el corazón desbocado y las piernas doloridas tras diez kilómetros de agónico
esfuerzo, me pregunto de qué cantidad de energía disponía el cerebro de Iván
para analizar las posibilidades y tomar una decisión. Imagino que muy poca. Lo
más sencillo era no pensar, dejarse ir y adelantar a ese pobre muchacho negro
allí parado, preguntándose por qué el público le grita en ese idioma
incomprensible. Pero Iván no lo hace. Lo intenta primero con gritos -¡Sigue,
sigue! ¡Que la meta está ahí!- y luego pasa directamente a los empujones. En el
final de carrera más absurdo que la entendida afición de Burlada hubiera
contemplado jamás, Abel Mutai cruza la meta en primer lugar con cara de no
entender nada, empujado por el joven Iván, estudiante de FP aspirante a atleta
profesional, que ha renunciado a una victoria segura para no aprovecharse del
error de su rival. Todo lo que ocurre a partir de entonces es también
sorprendente. Las ondas del extraordinario gesto de deportividad de Iván
comienzan a extenderse de forma imparable; en la prensa, en las redes sociales,
por todo el mundo. Los cínicos se ablandan, los descreídos creen por un rato y
el gesto de Iván nos enorgullece a todos. Porque nos descubre que somos mejores
de lo que pensábamos. En eso consiste el oficio de los héroes.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario