Podría ser el título de un libro sobre los tiempos que
vive Europa. España, sin ir más lejos, se ha convertido en un perro flaco,
flaquísimo, para el que toda realidad se ha convertido en pulga. Con un paro
insoportable, una hacienda que bordea la ruina y unos nacionalismos dispuestos
a clavarle la daga en el costado, haría un papel dignísimo en un certamen
canino de perros flacos. La competencia sería feroz, no obstante. Está el perro
griego, que es la escualidez perrificada, o el portugués, que incluso ha
renunciado a construir líneas de AVE. Y para qué hablar del perro italiano,
cuyo mejor aspirante a primer ministro dice que quiere serlo pero sin
presentarse. Quizá no estemos tan mal como pensábamos; aunque parezca
increíble, aquí en España todavía abundan los candidatos a presidente del
gobierno y seguimos suspirando por recuperar el liderazgo mundial en kilómetros
de AVE que nos arrebataron los chinos. Además de trenes pijos y rapidísimos, la
inauguración de líneas de alta velocidad nos proporciona escenas tan memorables
e improbables como la que protagonizaron esta semana Artur Mas, Felipe de
Borbón, Mariano Rajoy y Ana Pastor, atravesando Cataluña en dirección norte,
hacia El Dorado europeo de los separatistas. Aquello parecía un teatro de
marionetas en el que, en el momento más insospechado, el guiñol de Mas fuera a
sacar una cachiporra y empezar a repartir mandobles. Alguien debería haber
aprovechado la ocasión para regalarle al aspirante a estadista catalán un libro
de Historia de Europa. Así recordaría que todos los cambios políticos radicales
que en su día fueron alumbrados en medio de crisis económicas, siempre
terminaron mal. Ver el paisaje pasar a 290 kilómetros por
hora haría el resto. Así comprendería que de un tortazo a semejante velocidad
no se salva nadie.
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