Soy consciente de que, a estas alturas, media España está
hasta el gorro del desagradable asunto de los sobresueldos en la cúpula del
Partido Popular. Me uno a ese cansancio. El problema es que, al tratarse de un
episodio que pronto figurará en la lista de los grandes escándalos políticos de
la historia de España – junto al del estraperlo o el caso Matesa -, me siento
obligado a dedicarle unas líneas, aunque solo sea para dejar constancia de que,
tristemente, yo estuve aquí. En efecto, en primer lugar, de tristeza va la
cuestión. No entiendo a aquellos que parecen regocijarse de la lamentable
situación que atravesamos, simplemente porque ha golpeado de lleno “al
enemigo”; me parece de tontos no darse cuenta de que viajamos en el mismo barco
y de que la vía de agua, si no se tapona, nos acabará mandando a todos al
fondo. ¿Aceptó el presidente sobres con dinero negro? That´s the question. Nótese que digo si
los aceptó, porque doy por seguro que se los ofrecieron. No es difícil llegar a
esta conclusión. Creo que es imposible encontrar a un solo español que no haya
pagado o cobrado, al menos una vez en su vida, mediando dinero negro. O que no
se lo hayan ofrecido. En un sector tan propenso a la corruptela como la
política, ¿por qué las cosas iban a ser distintas? Sin embargo, en este asunto,
conviene hacer distingos: no es lo mismo el dinero negro, que el dinero
negrísimo, sucio, o directamente delictivo. Y no es lo mismo recibir siendo un
trabajador que no puede negarse, que un alto funcionario con un bonito sueldo.
Usted y su conciencia sabrán, señor presidente. Si aceptó esos sobres, tráguese
el sapo y saboréelo. Por mi parte, la única esperanza es que, de todo este lío,
pueda salir algo de provecho. Que cambien las reglas, los partidos y las
personas. Que algún día podamos decir que hubo una gota que desbordó un vaso.
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