Irán ha lanzado un mono al espacio a bordo de un cohete, y
aseguran que ha regresado sano y salvo después de alcanzar los cien kilómetros
de altura. Muchos se preguntan por las verdaderas intenciones del presidente
Ahmadineyad y su inesperado interés por emular al fotogénico J.F.K., con medio
siglo de retraso y una cara de malo que tira para atrás. Los malpensados creen
que el programa espacial iraní es una tapadera para seguir haciendo pruebas de
misiles balísticos sin ser importunados, con la siniestra esperanza de poder
enviarles algún día un recadito nuclear a sus archienemigos israelíes. Sean
cuales sean los motivos, que iraníes o chinos se planteen salir a pasear al
espacio ya es una novedad. Desde 1973, ningún ser humano ha estado a más de 600 kilómetros de la
tierra. En occidente, todo el entusiasmo por la carrera espacial que se generó
en la década de los sesenta parece haberse evaporado cincuenta años después.
¿Qué nos ha pasado? Las razones de este desengaño son económicas, tecnológicas,
y hasta casi biológicas: los científicos que se dejan hoy las pestañas para
hacer posibles los viajes espaciales del futuro, trabajan en realidad para sus
bisnietos. A diferencia de sus colegas de la era Kennedy que tenían una
recompensa al alcance de la mano - ¡Llegar a la luna! ¡Comerles la tostada a
los soviéticos! - , a los técnicos de la NASA del siglo XXI les faltan alicientes para
comer atropelladamente un sándwich todos los días y hacer más horas que un
reloj. Bueno, al menos nos quedan los iraníes y sus monos espaciales. Los
escépticos piden pruebas de que el mono que aparece en las fotografías recién
llegado de la estratosfera, es el mismo que salió de Teherán. La cosa no está
fácil. Se ignora su nombre y hasta hoy no se le ha permitido hacer
declaraciones.
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