Es la nueva palabra mágica. La solemnidad de sus trece
letras, su versatilidad – también se acepta “trasparencia”, a emplear cuando no
queramos pasar por refinados – y la rotundidad sonora de su juego de vocales,
la hacen de presencia obligada en el discurso de todo político de partido
mayoritario que se precie. Parece que su sola mención va a acabar con los
micrófonos-florero, los “nomeconsta”, los ex-tesoreros de partido blindados por
secretos inconfesables y los misterios ere y sus millones evanescentes. Hoy en
día, hasta el Papa de Roma tiene que ser transparente. El problema de tanta
transparencia es que nos enteramos de los sueldos que gana el personal, y nos
da por hacer comparaciones. ¡Ahora entiendo por qué mis padres me decían que
era de mala educación hablar de dinero! Tomemos dos ejemplos, uno de cada
partido mayoritario para que nadie se ofenda, aunque hay muchos más. Pedro
Solbes, ex-ministro del gobierno del Partido Socialista Obrero Español, es
fichado en 2011 por la compañía Enel (que tomó el control de Endesa cuando él
ocupaba el ministerio de Economía) que le paga una retribución anual de 250.000
euros. Barclays le contrata como asesor con un sueldo de 70.000. Una eléctrica
y un banco. Angel Acebes, ex-ministro del Partido Popular, es fichado por
Bankia en 2011, donde permanece hasta el hundimiento de la institución, 8 meses
después. 163.000 euros de retribución. A continuación es fichado por Iberdrola,
que le paga un sueldo de 300.000 euros anuales. Un banco y una eléctrica. Con
estas cifras, con esta confitura de intereses, con esta vergonzosa sucesión de
ocupaciones públicas y privadas, ¿quién quiere transparencia? Para mi
tranquilidad de espíritu, me quedo con la ignorancia y la opacidad.
Definitivamente, la transparencia está sobrevalorada.
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