El engaño comienza con el mismo nombre: las
participaciones preferentes emitidas por bancos y cajas de ahorros no tienen
nada de preferentes. Todo lo contrario. Sus poseedores se encuentran con el
culo al aire si las cosas vienen mal dadas. Más engaños: las preferentes son un
producto de inversión y no de ahorro, circunstancia que se disfrazó a sus
incautos compradores que pensaron que estaban contratando algo similar a un
plazo fijo y que podrían recuperar su dinero en cualquier momento. Se argumenta
ahora que se trata de un producto financiero complejo, poco aconsejable para
inversores poco avezados. ¿Por qué se ofreció entonces al ciudadano de a pie,
con claro abuso de confianza por parte del personal de las oficinas? Esto no se
dice tan a menudo: porque los inversores de verdad no querían saber nada de un
producto sospechoso, conocedores del olor a podrido que despedían muchas cajas
de ahorros, entrampadas en la burbuja inmobiliaria. En algunos casos, las
mismas instituciones –sus directivos, no el personal de oficina- sabían que
estaban vendiendo un producto financiero del que muy pronto no podrían
responder ni pagar rentabilidades de ninguna clase. ¿Por qué lo hicieron?
Porque necesitaban liquidez, y no una liquidez cualquiera. Necesitaban
desesperadamente fondos que pudieran contabilizar en sus balances como recursos
propios, para cumplir así con los famosos tests de resistencia. Sí, esos que
hicieron exclamar a todo un presidente del gobierno que teníamos “el mejor
sistema financiero de la comunidad internacional”. Una gigantesca estafa. Un
tocomocho de guante blanco. Si no se encuentra una solución justa para los
afectados, la mancha de la vergüenza nos alcanzará a todos. Porque está en
juego la credibilidad del sistema, del país entero. Como si no tuviéramos ya
bastantes problemas.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario