Agosto es el mes de la Guardia Civil. Durante el resto del
año su hispánica estampa pasa más desapercibida, pero en verano, cuando nos da
por ir a la playa o a la montaña, allí están ellos. Vaya que si están. Este
puente de agosto, en el que se prevén 7 millones de desplazamientos, serán más
de 10.000 agentes velando por la seguridad en las carreteras y desanimando con
su presencia a todo aquel que quiera pasarse el código de circulación por el
forro. Con la Benemérita no se bromea. Conozco a más de uno que es capaz de
ponerse farruco con un Policía Local, pero que cuando tiene delante un uniforme
verde oliva se achanta más que un gorrión. Es comprensible: los encuentros con
estos agentes de la ley no suelen olvidarse. 13 de agosto, Huesca, en plenas
fiestas de San Lorenzo.oche semi-tuneado y mi camiseta negra de los "Sick
Brains" – el mejor grupo de hard-rock de España -, las posibilidades de
que me den el alto son elevadísimas: llevo el uniforme de alguien que debería
tener el torrente sanguíneo infestado de calimocho. En efecto; un guardia civil
armado con un sopla-sopla me invita a detenerme. “Buenos días. ¿Ha bebido usted
alcohol?” “No, en realidad no vengo de Huesca” – respondo señalando la bolsa de
Confiterías Vilas que descansa en el asiento del copiloto – “He parado un
momento para comprarle estas castañicas de mazapán a mi mujer”. El agente se
detiene unos instantes, como si repasara mentalmente su enciclopédica base de
datos de excusas de automovilistas que pretenden librarse del soplido. Creo que
encuentra un hueco, un vacío. "Esto es nuevo", parece pensar.
Satisfecho, saluda marcialmente y dice con una media sonrisa: “Continúe”. No he
bebido una gota, pero respiro aliviado. Quién quiere problemas con la Guardia
Civil.
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