En todas partes cuecen habas. A menudo lamentamos
la incapacidad de la sociedad española para superar de una vez por todas la
guerra civil, desgraciadísimo conflicto que asoló el país hace casi 80 años y
cuyas cicatrices se estremecen periódicamente cuando alguien menta la memoria
histórica o cae en la cuenta de que el individuo que da nombre a su calle fue
un militar franquista y no el inventor de la penicilina o un virtuoso del
violín. Sin embargo, en esa dificultad para digerir acontecimientos históricos
trágicos no estamos solos. En la prensa británica ha surgido estos días un
acalorado debate sobre la conveniencia de la participación del país en... la
Primera Guerra Mundial (1914-1918) Para los españoles, esta mortífera guerra de
trincheras, barro y máscaras de gas es algo bastante lejano; en un insólito
arranque de sensatez nos declaramos neutrales y aprovechamos la coyuntura para
despegar económicamente. Para los británicos, en cambio, el trauma fue brutal.
La cifra de pérdidas humanas – 715.000 – prácticamente dobla la de la Segunda
Guerra Mundial, bombardeos nazis incluidos. Cada familia británica tiene un
abuelo que sufrió o murió a causa de la Gran Guerra. A la vista de los datos,
no es extraño que la boutade del historiador Niall Ferguson afirmando que la
entrada en guerra de Gran Bretaña en 1914 “fue el mayor error de la historia
moderna”, haya levantado ampollas. Un miembro del gobierno conservador le ha
contestado diciendo que “ciertos mitos izquierdistas sobre la Primera Guerra
Mundial solo buscan disminuir a Gran Bretaña y absolver a Alemania de su
culpa”. Como ven, la conmemoración del centenario viene calentita: fuego
cruzado entre ideologías políticas, juicios históricos, controversia.
Imagínense la que montarían si lo que se recordase fuese una guerra civil. A
veces somos demasiado exigentes con nosotros mismos. Quizás los españoles no lo
estemos llevando tan mal.
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