Me pregunto si en el Palacio de la Zarzuela vieron el
discurso del rey antes de sentarse a cenar, como hacen tantas familias
españolas el día de Nochebuena. Si tuviera que apostar, diría que no. Frente a
frente estaban los Reyes, las infantas Elena y Cristina, y... Urdangarín.
Demasiada tensión. Es más probable que la velada transcurriera sin la menor
alusión a temas de actualidad, y que todos los presentes hicieran el esfuerzo
de actuar como si nada hubiera pasado. O, más bien, como si nada estuviera
pasando. Por cierto, voy a romper una lanza por el yerno más desgraciado de
España y convertir a esta santa cabecera en el primer medio escrito que publica
algo favorable sobre él en los últimos tres años: hay que echarle valor. Con la
que está cayendo, sentarse a la mesa junto a un suegro nervioso, recién operado
y presumiblemente cabreado, que ve la misión de toda su vida ¡y el prestigio de
una dinastía! puesto en peligro por la imprudencia y la codicia del yerno en
cuestión, es un acto de valentía más que notable. Según el diario El País, en
esa mesa navideña faltaron los Príncipes de Asturias, que no querrían juntarse
con el ex-balonmanista ni para comer turrón. Según ABC, la familia estuvo al
completo, y vieron juntos el discurso de Don Juan Carlos antes de ser felices y
comer perdices. Vaya usted a saber. Además del drama familiar, están las
consecuencias políticas, que nos afectan a todos. El suspenso que ha recibido
la institución en las últimas encuestas, por primera vez desde la llegada de la
democracia, deja bien clara la situación: la monarquía ha cometido graves
errores en los últimos tiempos y el pueblo español no está para bromas. Es
tiempo de repararlos y de sacar valiosas lecciones para el futuro. Otras Casas
Reales europeas lo hicieron en el pasado. Y salieron reforzadas por ello.
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