Miguel Arias Cañete, candidato del Partido Popular
en las próximas elecciones al Parlamento Europeo, se ha metido en el mayor lío
de toda su carrera. Sus increíbles declaraciones - en las que afirmaba que debatir
con una mujer era complicado ya que demostrar superioridad intelectual ante ella
podía ser tachado de machismo - han puesto la campaña electoral patas arriba y,
tras cinco días de silencio en los que el escándalo no ha dejado de crecer, se
ha visto obligado a pedir disculpas. Bueno, hasta donde su orgullo se lo ha
permitido; en lugar de reconocer que sus palabras eran ofensivas y que, por
tanto, han ofendido necesariamente a alguien, ha empleado esa fórmula tramposa
en condicional que traslada parte de la responsabilidad a la víctima: "si
he ofendido a alguien, pido perdón". ¿Pero todavía le queda alguna duda después
de la que ha montado? Cierto es que la polvareda ha sido generosamente aventada
por el Partido Socialista, que ha aprovechado la torpísima salida del
ex-ministro para llevar la campaña electoral al terreno de la igualdad y los
derechos de las mujeres, que es donde su candidata se siente más cómoda. Ya se
sabe, el clásico discurso político de altos vuelos en el que la izquierda es
buena, progresista y solo piensa en los demás, mientras que la derecha es
egoísta y esencialmente mala. Las declaraciones de Cañete apestan a machismo,
sin duda. Pero sospecho que en eso se diferencia poco de muchos hombres de su
generación. El machismo está inoculado en la sociedad española desde hace
milenios y tardará en desaparecer definitivamente de nuestros cerebros. Lo más
preocupante, en mi opinión, es su increíble torpeza, su vanidad y la
incapacidad para reconocer el error. Ha sido el cansancio, se justifica el
candidato. Se acepta. Pero que alguien le obligue a descansar. Con urgencia.
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