De un tiempo a esta parte, los hijos menores de
edad de los famosos ya no pueden enseñar el rostro en televisión. Tienen que
aparecer pixelizados, irreconocibles, para proteger su sacrosanto derecho a la
intimidad. En algunos casos, la medida parece lógica: si tus padres son unos
destalentados sin remedio, mejor será que tus compañeros de guardería no te
relacionen con ellos. En otros, se roza el absurdo en una ridícula competición
por ver quién es más políticamente correcto. Hoy hay que pixelizar a los niños
para protegerlos, evitar exponerlos a la visión de cualquier comportamiento
violento, sexista, antisocial, introducirles en una burbuja con sus maquinitas
para que molesten lo menos posible. Vivimos en una época de sobreprotección de
la infancia con un paradójico déficit de educación; exactamente lo contrario a
lo que ocurría hace una o dos generaciones. La mía aprendió a leer con los
álbumes de Tintín donde aparecía un personaje llamado Capitán Haddock con una
desmedida afición al whisky que hoy haría poner el grito en el cielo a los
defensores del menor. O los de Axterix, donde el bardo acababa siempre atado de
pies y manos en una execrable muestra de comportamiento intolerante y de
marginación al diferente... Cualquier tiempo pasado no fue mejor, que conste.
La educación de los niños de hoy tiene aspectos muy positivos que han supuesto
un avance indiscutible frente a la de tiempos pasados. Los niños y niñas del
siglo XXI son más libres, más igualitarios, tienen más iniciativa y se han
librado en gran medida de una educación religiosa retrógrada y basada en el
miedo. Que no es poco. Ahora solo faltaría que dedicáramos un poco más tiempo a
educarlos. Para que cuando pudieran mostrar su rostro a la cámara, debajo de
los píxeles aparecieran siempre personas responsables y honestas.
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