Fiesta del orgullo gay en Madrid y primera
aparición pública del líder de Isis, grupo yihadista irakí que amenaza con
extender la guerra santa a todo el mundo. Las dos noticias ocurrieron el mismo
día y el azar quiso emparejarlas en la sección “última hora” de la aplicación
para móviles que suelo consultar. Dicha sección es habitualmente muy
variopinta; allí se mezcla el rápido y peligroso encierro de los Vitorinos con
varios heridos por asta de toro (me pregunto qué otro tipo de astado deambula
por las calles de Pamplona), la histórica goleada de Alemania a Brasil que
probablemente cambiará nuestra forma de entender el mundo, y sucesos más bien
trágicos procedentes de cualquier rincón del planeta. A pesar de ello, ver esas
dos noticias - la de los gais madrileños y la de los yihadistas irakíes - en un
mismo golpe de vista, me llenó de perplejidad. Que en la vastedad del universo
infinito, en un planeta minúsculo, miembros de la misma especie se dediquen a actividades
tan diferentes e incompatibles parece una broma celestial, como si alguien allá
arriba se estuviera entreteniendo jugando al Risk, pero con muñequitos de carne
y hueso, dolientes y sufrientes. No hay mayor desafío para el ser humano que la
convivencia entre culturas de desarrollo desigual, separadas por siglos. Y no
me refiero ahora al desarrollo tecnológico o económico, sino al desarrollo
moral. Sí, ya sé que esto suena bastante arrogante viniendo de un espécimen de
la cultura occidental, causante de dos guerras mundiales devastadoras y que en
el pasado se hartó de gasear, quemar y guillotinar a sus semejantes por los
motivos más peregrinos, pero me voy a arriesgar. La fiesta del orgullo gay es
una manifestación de una moralidad infinitamente superior al discurso de ese
califa barbado radical. Por tanto, claro que sí. Orgullo.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario