A lo largo de los siglos, las relaciones entre
franceses y españoles han sido difíciles, a menudo salpicadas de guerras y
desencuentros. No hemos sabido llevarnos bien ni cuando éramos aliados: Napoleón
quiso colocar a su hermano como rey sin contar con la opinión del orgulloso
pueblo español, y el error de cálculo le costó carísimo. A él, y a nosotros.
Afortunadamente, los tiempos han cambiado, y los conflictos actuales con los
gabachos suelen limitarse a algunos camiones de fruta volcados en la frontera,
o al cierre caprichoso de los túneles que comunican los dos lados de los
Pirineos. El orgullo francés sigue resintiéndose cada vez que un español gana
el Tour de Francia o el torneo de Roland Garros – últimas victorias galas en
1983 y 1985, respectivamente– pero hay que reconocer que saben disimularlo
bastante bien y que se comportan con notable caballerosidad. Recientemente, se
ha dado una circunstancia que va más allá de las rivalidades deportivas y que
demuestra que quizá nuestros vecinos nos tienen en mejor consideración de lo
que habíamos pensado: el actual primer ministro de Francia, Manuel Valls, y la
alcaldesa de París, Anne Hidalgo, son ambos nacidos en España, hijos de
emigrantes que un día cruzaron la frontera huyendo de la guerra o la miseria.
Que dos de los puestos más altos de la administración francesa estén ocupados
por descendientes de españoles, que hablan perfectamente nuestro idioma y que
nos visitan con asiduidad, es una oportunidad política que espero que alguien
esté aprovechando en Madrid. Aunque sean del partido socialista. ¿Qué
pensaríamos los españoles si el caso fuera al revés? ¿Aceptaríamos a un
presidente del gobierno y a una alcaldesa de la capital con raíces tan franchutes?
Uff, qué quieren que les diga. Quiero pensar que sí pero... déjenme que no me
apueste nada.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario