miércoles, 10 de enero de 2018

150 HOMBRES SABIOS (07/01/2018)

Es el número máximo de relaciones personales que un individuo es capaz de mantener para conseguir alianzas, cooperación y acuerdos de defensa mutua. 150. No, no estoy hablando de Facebook, porque he retrocedido bastante en el tiempo: unos 70.000 años aproximadamente. 
Por aquel entonces, a pesar de su fragilidad – si la comparamos con la fuerza de otros grandes simios – y de su carencia de “armas naturales” dignas de consideración – como pueden ser dientes o garras – el género homo ha logrado prosperar en todas las regiones del planeta. En cada una de ellas ha desarrollado rasgos diferentes, dando origen a especies separadas: el homo erectus en Asia, el homo neanderthalensis en Europa, el homo denisova en Siberia y el homo sapiens en Africa, entre otras muchas que quizá nunca lleguemos a conocer. Todavía se encuentra en un puesto intermedio de la pirámide alimenticia – devora y es devorado – pero en su desproporcionado cerebro guarda el arma secreta que en un futuro le llevará hasta la cima: su inteligencia. Para entonces, solo una de esas especies homo, la llamada sapiens, “sabia”, será capaz de exprimirla al máximo para dominar el mundo y eliminar a todos sus rivales por el camino. Y todo surge de esa cifra mágica: 150. 
Hasta que sobreviene lo que el historiador Yuval Noah Harari en su aclamado libro “Sapiens” denomina “revolución cognitiva”, todos los homínidos vivían en grupos de 150 individuos, separados entre sí, compitiendo entre sí. Nunca sobrepasaban ese número porque la capacidad de un homínido de conocer, intimar y aliarse con otro es limitada; del 151 en adelante, ya no será capaz de discernir si el que tiene a su lado es honrado o un mentiroso, si le será leal o le traicionará. ¿Por qué jugarse la vida por un desconocido? Esa limitación numérica no solo tiene consecuencias sobre las alianzas defensivas o las estrategias de caza; de forma más trascendente aún, limita la acumulación de experiencias, de conocimiento y, en último extremo, el progreso tecnológico. La citada “revolución cognitiva”, que por alguna razón desconocida solo se produce en el cerebro de los sapiens, tendrá como resultado la formación de grandes grupos compuestos de miles de individuos cooperando entre sí y significará el despegue definitivo de la especie. ¿Cómo lo lograron? Según Harari, gracias a la creación de ficciones, realidades más allá de lo físico pero capaces de generar sentimientos de pertenencia y movilizar a millones de individuos: el culto a un dios, la devoción hacia un estado, un soberano o una bandera. Pertrechados con este nuevo y refinadísimo instrumento – las realidades imaginadas – los sapiens ascendieron desde el continente africano en grupos cada vez más numerosos que invadieron el mundo desplazando al resto de especies homínidas y causando su extinción definitiva. 
La historia de la humanidad es así de contradictoria. Sobre el progreso siempre se cierne la sombra del holocausto. Por fortuna, esas ficciones han ido evolucionando con el paso de los siglos y la irracional adoración por un faraón, o por un Führer en fechas mucho más recientes, han dejado paso a creaciones más esperanzadoras como la Organización de las Naciones Unidas o la misma Unión Europea, basadas en la cooperación pacífica entre los pueblos. ¿Dónde situar en este panorama fenómenos tan actuales como el Brexit o el nacionalismo ultramontano? Como ficciones pasadas de moda, ciertamente. Como retrocesos en la evolución de las cosas. Dolorosos. Pero indiscutiblemente humanos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario