A José Ignacio Wert, ministro de educación, cultura y
deporte, se le podrán reprochar cosas y maneras, pero no que se esconda cuando
llueve con gota gruesa y haya que salir para mojarse. Quizá el hecho de ser el
ministro más impopular de España le haya inmunizado definitivamente contra el
“qué pensarán los votantes”, caso insólito en España, lo que le augura una
carrera política corta pero fulgurante. El último jardín en el que se ha metido
ha sido el de la separación por sexo en los colegios concertados. Una reciente
sentencia del Tribunal Supremo ha dictaminado que los colegios no mixtos,
exclusivamente de chicos o de chicas, no pueden recibir financiación pública
según la ley vigente aprobada por el anterior gobierno socialista. “Speedy”
Wert ha saltado rápidamente al ruedo para advertir que, aunque el gobierno la
acate, la sentencia podría contradecir los tratados internacionales auspiciados
por la UNESCO. Lo
que viene a decir que el gobierno piensa cambiar la ley y que los colegios
afectados pueden respirar tranquilos. En esta vieja polémica, los dos bandos
manejan argumentos de todo tipo: ideológicos, religiosos, psicológicos,
científicos... Con franqueza, no se dónde encajan los míos. Por decirlo claramente,
al estilo Wert, la separación de chicos y chicas en los colegios me parece un
error garrafal. Sus partidarios dicen perseguir unos mejores resultados
académicos pero, conscientemente o no, ocultan otras motivaciones menos
altruistas. La separación hace más fácil su trabajo porque les libra de tener
que lidiar con uno de los aspectos más cruciales y delicados de la formación de
una persona: su relación con el otro sexo. Ya se apañarán los padres. O los
propios interesados, con el catálogo bien conocido de inseguridades y
complejos. Casi siempre, educar, también significa mojarse.
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