¿Para qué sirve tener un claustro románico en el jardín,
si no lo puedes enseñar? Eso mismo debió pensar algún habitante del Mas del
Vent, en Palamós, cuando el fotógrafo apuntó su cámara a la impresionante
construcción medieval que se levanta junto a la piscina. Apuesto a que no fue
el propietario de la finca, el suizo Kurt Englehorn. Su abuelo compró el
claustro en 1958, lo trasladó piedra a piedra hasta su ubicación actual e
inculcó a sus descendientes la consigna a seguir en todo lo que concerniera a
tan excéntrico legado: la discreción. Durante décadas, todos los visitantes de
la finca, incluidos los operarios y personal de servicio, acataron la
prohibición de fotografiar las arcadas románicas. Hasta la fatídica visita del
reportero francés. Una sola imagen a doble página en la revista de decoración
Architectural Digest, ha bastado para arruinar más de cincuenta años de
humildad centroeuropea. La revista cayó en manos de Gerardo Boto, profesor de la Universidad de Girona,
que reveló al diario El País el insólito descubrimiento. El claustro, de origen
desconocido, había sido comprado en 1931 por un anticuario español con la
intención de venderlo a algún millonario norteamericano, pero el estallido de
la guerra civil había frustrado la operación y retrasado su venta. Cincuenta
años después, los peores temores del abuelo Englehorn se han cumplido. El
escándalo ha sido notable y sus descendientes se han visto obligados a permitir
el acceso de técnicos de la
Generalitat para estudiar la obra. ¿Una indiscreción del
fotógrafo de la revista? Es poco probable. Me inclino a pensar que a alguien en
aquella casa (¿a Carmen, la esposa
española de Kurt?) se le ha desbordado el vaso de la vanidad. Comprendo su
angustia. Debe ser terrible tener un claustro románico junto a la piscina, y no
poderlo enseñar.
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