Santificarás las fiestas, dice uno de los mandamientos de
la ley de Dios. Moisés, las tablas, el becerro de oro... ¿alguien se acuerda?
De un tiempo a esta parte, los mandamases de las grandes superficies han
decidido que la tradición cristiana vigente en estas tierras durante milenios
debía ser cambiada en aras de la libertad de horarios, de los sacrosantos
derechos del consumidor... y de la maximización de sus beneficios: los domingos
y fiestas de guardar han dejado de ser días de descanso para los trabajadores
del sector del comercio. El asunto empezó como algo excepcional, algún domingo
suelto en que los grandes almacenes abrían por navidad, por el día de la madre
o alguna otra excusa igual de inocente. El público reaccionó complacido.
Lógicamente. Puestos a elegir, uno preferiría tener las tiendas abiertas día y
noche para comprar cuando le viniera en gana... siempre que eso no afectara a
su vida familiar y a la felicidad de los suyos, por supuesto. ¡Que contraten a
más gente para cubrir esos días de fiesta!, dicen los partidarios de la
libertad de horarios. El problema es que el pequeño comercio no puede hacerlo,
y al grande no le da la gana de hacerlo. Como resultado, el dependiente no solo
trabaja de lunes a sábado – un horario ya de por sí bastante esclavo – sino que
debe hacerlo también muchos días de fiesta, cada vez más, llegando a
contabilizar 13 jornadas seguidas sin descanso. Me pregunto quién defiende a
estos trabajadores mientras Toxo y Méndez se dedican a la gran política. Me
pregunto si los directivos de las grandes superficies bautizan a sus hijos o si
se han pasado al confucionismo, por aquello de adoptar todas las costumbres
chinas. Me pregunto quién pone las flores en las tumbas de los que tienen que
trabajar también el día de todos los santos. Un respeto a los muertos, por
Dios.
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