“La monarquía constitucional todavía tiene un papel
primordial para la democracia española”. Ha tenido que ser un inglés
republicano el que nos lo recuerde. Un inglés medio adoptado, eso sí, porque el
hispanista Paul Preston conoce mejor nuestra historia que la gran mayoría de
los que habitamos este país complejo, apasionante, y a veces desesperante,
llamado España. La diferencia con otras declaraciones de apoyo a la monarquía,
a menudo retóricas y vacías de contenido, es que su razonamiento es brillante y
enriquecedor. Dice Preston que para un país tan dividido y crispado como el
nuestro, una jefatura de Estado neutral como la monárquica, es una ventaja que
deberíamos apreciar. ¿Qué personaje de prestigio, moderador, simbólico,
unificador, podría ocupar la presidencia de una hipotética república?, se
pregunta el hispanista. ¿Felipe González? ¿José María Aznar? Qué razón tiene el
inglés y qué bien nos conoce. En el país más frentista del mundo, donde hasta
los bedeles y taquígrafos del Congreso seguro que son propuestos por su
adscripción conservadora o progresista, una república presidida por alguien así
acabaría pronto como el rosario de la aurora. Paul Preston le echa valor en los
tiempos que corren. La Casa
Real, como tantas otras instituciones en este país, no pasa
por su mejor momento. “Sé que diciendo esto voy a disgustar a mucha gente – se
disculpa el hispanista pensando en sus amistades republicanas – pero la
monarquía todavía es muy importante en España”. En lo que a mí respecta, le
tranquilizaría completamente: no me disgustan sus palabras y creo que no estoy
solo. Sin ir más lejos, la semana pasada, los alcañizanos y los caspolinos
dispensaron a los Príncipes de Asturias un recibimiento caluroso. Me uno a él,
aunque sea con retraso. ¡Viva España! ¡Vivan los Príncipes!
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