Es sorprendente que lo ignorásemos casi todo de un país de
170 millones de habitantes. El octavo más poblado de la tierra. En los últimos
días, dos sucesos trágicos han llenado las portadas de los periódicos de todo
el mundo para sacarnos de esa bendita ignorancia. Hace dos semanas, el derrumbe
de una fábrica textil atrapaba fatalmente a 900 personas, la mayoría mujeres,
que se hacinaban en su interior en condiciones lamentables. A los pocos días,
decenas de personas morían en los disturbios provocados por grupos islamistas
radicales que pedían la pena capital para los blogueros blasfemos contra el
profeta Mahoma. ¿Coincidencia? Cuesta creerlo. De la noche a la mañana,
Bangladesh se ha convertido en un caso de laboratorio para explicar gran parte
de los conflictos que afectan hoy al mundo: fanatismo religioso, violencia,
explotación económica de los países del sur, dificultades de la democracia para
arraigar en un ambiente de injusticia social. Las claves del asunto son bien
conocidas. El sector textil occidental quiere producir al mínimo coste. El
gobierno bangladeshí, asegurar sus exportaciones. Unos cierran los ojos –
nosotros, los occidentales – mientras los otros toleran la explotación de sus
compatriotas. Mientras tanto las trabajadoras textiles sufren, pero no quieren
perder sus míseros empleos. ¿Cómo salvar el orgullo de un país entero? Para un
número creciente de bangladeshíes, con la violencia religiosa, nefasta
solución, típica en los varones. Vivimos en un mundo complejo, y a la vez
diabólicamente simple. Porque el caso de Bangladesh demuestra que los problemas
están interconectados, y que es ingenuo buscar la solución a uno sin tener en
cuenta los demás. Hasta ayer lo ignorábamos todo. Me temo que ya no podremos
vivir sin saber de ellos.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario