Renfe acaba de lanzar un nuevo servicio de vagones
silenciosos en sus trenes de alta velocidad. Los pasajeros que elijan viajar en
ellos no podrán hablar por teléfono, la luz será tenue y los mensajes de
megafonía serán sustituidos por anuncios en las pantallas. La primera vez que
leí esta noticia, pensé que a algún directivo ferroviario se le había cruzado
un cable después de una estancia prolongada en el extranjero y que había
olvidado en qué país vivía. España es la tierra de los adoradores del ruido,
del escape libre, del coche tuneado con las ventanillas abajo y la música de
los Chunguitos a todo volumen. “Soy un perro callejero, soy muy duro de
pelaaaar...” De la jarana hasta las mil, del vecino que pone la radio a las
cinco de la mañana, y del camión de gasoil que aterriza de madrugada frente de
mi casa, justo cada 20 días, y que cuando maniobra hacia atrás emite un pitido
tan penetrante que parece que ha comenzado la Tercera Guerra Mundial... Charito,
mi señora, me advierte que me pongo bastante pesado con esto de los ruidos cada
verano, y que más me valdría escribir del Jordi Pujol. ¿Qué pasa con el molt
honorable? Un no-sé-qué de unos millones en Suiza. No será para tanto. Que sí,
que el Arthur Mas le ha retirado los privilegios de ex-president... Ruido,
ruido, ruido. ¿A qué esperan las Naciones Unidas para declarar el día
internacional contra el ruido? Al parecer, el servicio silencioso de Renfe ha
tenido un éxito arrollador y sus directivos aseguran que ya han vendido la
redonda cifra de 14.853 billetes. Charito, siempre al quite, me recuerda que
mis padres se conocieron en un tren y que puedo dar gracias de que todavía no
se habían inventado los vagones silenciosos. Ni el whatsapp, respondo con la
mirada perdida en el infinito. Me quedo pensativo. Por fin, el silencio.
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