Los noruegos no atan a los perros con longaniza,
pero podrían hacerlo. El fondo de inversiones de propiedad estatal adonde van a
parar los pingües beneficios derivados de la extracción de gas y petróleo,
posee el 1% de las acciones de todo el mundo y no deja de crecer. Si el
gobierno decidiera un día liquidarlo, el reparto de las ganancias permitiría a
cada ciudadano noruego comprarse un piso. Pero no lo hará. Porque en Noruega ya
piensan en el día después del maná petrolero y se practica más el ahorro que la
ostentación. A miles de kilómetros de allí, se debate estos días el viejo
proyecto de realizar prospecciones petrolíferas en aguas próximas a las Islas
Canarias. El Tribunal Supremo rechazó los recursos de ecologistas y gobierno
canario, y el Ministerio de Industria autorizó definitivamente las
prospecciones hace un par de semanas. El asunto es extremadamente polémico.
Declararse a favor de una actividad que supone un riesgo – por pequeño que sea
– para la riqueza natural y el turismo de un lugar tan querido como las Islas
Canarias no es nada cómodo. Pero tampoco parece sensato dar carpetazo al asunto
sin pensarlo bien, siendo económicamente tan sensible para una comunidad
autónoma con una tasa de paro del 34%. Personalmente, creo que los opositores
al proyecto yerran el tiro. Porque no se trata solo del riesgo que correrían
las maravillas naturales canarias, sino del precio que se pone a ese riesgo. Lo
que no parece de recibo es realizar actividades potencialmente peligrosas para
que se enriquezcan los accionistas de Repsol. Ahí está el quid. La extracción
de petróleo me parecería aceptable siempre que la parte del león de los
beneficios se la llevaran los canarios, y por ende, los españoles. Nada de
puestos de trabajo indirectos. Pasta contante y sonante. ¿Cómo se hace eso?
Pregunten a los noruegos.
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