Preguntado Pablo Echenique sobre si subiría los
impuestos para hacer frente al aumento del gasto social propugnado por su
partido, el cabeza de lista de Podemos en Aragón contestaba que sí, pero solo a
las rentas más altas. El mismo día, otro periodista, en un contexto
completamente distinto, preguntaba al ganador de los 354.000 euros del último
bote del programa televisivo "Pasapalabra" qué iba a hacer con tanto
dinero. Luis Esteban, que es zaragozano y policía nacional por más señas,
respondía con humor que esa cantidad era bastante engañosa porque el señor
Montoro ya estaba preparado para aplicarle el tipo máximo del IRPF. Un 50%,
aproximadamente. Me pregunto qué resultado arrojaría una encuesta en la que se
preguntase al personal qué le parecería que la Agencia Tributaria se quedase
con la mitad de sus beneficios en un proyecto personal, empresarial, creativo o
deportivo, que ha sido el resultado exclusivo de su esfuerzo, su sacrificio o
su talento. Sospecho que una inmensa mayoría lo calificaría de injusticia, indecencia,
robo o confiscación. Eso mismo debió pensar Juan Carlos Monedero, ideólogo
oficial de Podemos, cuando se encontró con la mala noticia de que tenía que
entregar al fisco la mitad de los 425.150 euros que había ganado con su
brillantísimo, casi cegador, trabajo de asesoría para las instituciones
bolivarianas. Tan ofuscado se debió sentir que creó una sociedad instrumental
para evitar el temido IRPF, y tributar por el más benigno Impuesto de Sociedades,
que tiene un tipo del 30%. Si el paladín de la izquierda que amenaza con
subvertir el régimen establecido hace algo así, ¿qué no haremos los demás,
simples pequeñoburgueses, en una situación parecida? Y ahora Echenique amenaza
con subir aún más los impuestos. Uf. Menos mal que no soy rico.
viernes, 27 de febrero de 2015
viernes, 20 de febrero de 2015
GUERRAS (20/02/2015)
Parece mentira. Después de tantos siglos de matanzas,
todavía hay pueblos en Europa con ganas de hacerse la guerra. Yo pensaba que el
viejo continente, precisamente por viejo, ya había visto demasiado, pero está
claro que no es así. Ucrania se desangra desde hace meses en una espantosa
guerra civil y los europeos asistimos al espectáculo por obligación – nos guste
o no, pertenecemos a la misma entidad geográfica - y con evidente desagrado.
Políticamente la situación es gravísima, como lo atestiguan los esfuerzos
diplomáticos emprendidos por Angela Merkel y François Hollande. En lo
humanitario, el desastre es colosal: miles de muertos, heridos y desplazados,
ciudades enteras destruidas, infraestructuras, industrias laboriosamente
levantadas durante generaciones, echadas a perder. Y todo, ¿para qué? Las
guerras no solucionan problema alguno, y por el camino crean muchos otros que
no existían. Los que las empiezan persiguen un objetivo, y acaban obteniendo
siempre el contrario. Por desgracia, estos aprendices de estadistas, estos
fracasados que arrastran a sus pueblos al sufrimiento terrible de la guerra, o
no han leído jamás un libro de historia, o no han sacado de ella ninguna
enseñanza. El problema es que esta gente oye los cañonazos en la lejanía, o no
los oye en absoluto, porque viven a cientos o miles de kilómetros del frente. Y
así es más fácil dejar que otros se maten. En lugar de reunirse en una hortera suite
de Minsk, Merkel y Hollande deberían haber cogido de la oreja a los contendientes,
Vladimir Putin a la cabeza, y haberlos arrastrado hasta la primera línea de
fuego. Sí, allí donde la metralla mutila a civiles inocentes, allí donde los
niños lloran sin consuelo porque sus madres han muerto destrozadas mientras
esperaban el autobús. Una semana bastaría. Firmaban la paz por la vía rápida.
viernes, 13 de febrero de 2015
CHICAS (13/02/2015)
A lo mejor tienen que pasar cosas como esta para
que entendamos que las cosas han cambiado. A mí me lo cuentan hace quince años
y me da un ataque de risa. Me lo cuentan el lunes y sigo sin creérmelo. Hoy soy
yo el que lo cuenta y les ruego que me crean. Es martes, 9 de la noche, y como
viene ocurriendo desde hace un cuarto de siglo, el glorioso equipo de fútbol
sala “Mármoles Gómez”, en el que tengo la inmensa fortuna de militar, se dispone
a jugar su partido semanal. Tercera división de la liga de deporte laboral,
probablemente la categoría más modesta del fútbol mundial, pero que nadie se equivoque:
allí no se regala nada. Como no estés en forma y no tengas unos fundamentos
peloteros mínimos, no rascas bola. Ni la hueles. El árbitro está a punto de dar
el pitido inicial cuando alguien de los nuestros pronuncia una frase que
merecería ser esculpida en mármol: “Oye, allí hay dos chicas”. Así, de primeras,
no puedo confirmarlo porque las lentillas me vuelven la mirada algo turbia,
pero parece que es cierto: en el equipo rival hay dos chicas vestidas de corto,
dispuestas para jugar. Escandalosamente jóvenes. En ese momento, alguien podría
haber iniciado con el árbitro una de esas discusiones sobre reglamento que no
llevan a ningún sitio, sobre si esto es una competición exclusivamente
masculina o algo parecido. Pero no lo hicimos. Nadie dijo nada. El árbitro no
dijo nada. Todo el mundo fingió normalidad, a pesar de que aquello no tenía
nada de normal. Probablemente, en nuestro yo profundo todos pensamos que era
una buena ocasión para exhibirnos, como hacen los machitos de cualquier especie
desde que el mundo es mundo; el yo más superficial pensó que era una ocasión
perfecta para hincharse a marcar goles. ¿Que qué ocurrió? No finjan. Lo saben.
Perdimos. Pero esa es ya otra historia…
viernes, 6 de febrero de 2015
TURMIX ELECTORAL (06/02/2015)
Esta semana se escenificaba en el Palacio de la
Moncloa la firma de un nuevo pacto contra el terrorismo entre los líderes de
los dos principales partidos. Para los ilusionados partidarios del cambio
político, las encuestas anuncian que esta estampa bipartidista tiene los días
contados. Sin embargo, la cosa no está tan clara. Me temo que muy pocos se han
molestado en traducir las cifras de intención de voto a escaños reales,
pasándolas por el turmix de la ley electoral española para ver cómo queda
realmente el panorama. Más de uno se puede llevar una sorpresa. Conviene
recordar que una de las tendencias más marcadas del sistema electoral para el
Congreso de los Diputados, es la de favorecer a los partidos mayoritarios,
sobrerrepresentándolos. Es decir, que populares y socialistas suelen obtener un
porcentaje de escaños superior al porcentaje de votos obtenido. La culpa
principal de esta desviación la tiene el mapa de las circunscripciones
electorales en España: muchas provincias pequeñas donde se reparten pocos
escaños, y donde el tercer partido en discordia se tiende a quedar fuera de la
disputa. Algunos argumentarán que Podemos es ya un partido mayoritario – las
encuestas le sitúan incluso por delante del PSOE – y que por tanto no le
afectaría esa tendencia de la ley. Cierto, si se confirman las cifras. Pero la
ley electoral española tiene otro sesgo muy marcado, y este sí afecta
directamente al partido de Pablo Iglesias: el sesgo conservador. Muchos escaños
repartidos en muchas provincias pequeñas, poco pobladas y sin grandes núcleos
urbanos. ¿Qué caracteriza al votante de esas circunscripciones? El
conservadurismo. El “más vale lo malo conocido, que lo bueno por conocer”. Que
nadie se lleve a engaño, entonces. El resultado de Podemos en las grandes
ciudades podría ser histórico. Pero el batacazo fuera de ellas, también.
LA CASTA Y EL PUEBLO (30/01/2015)
Según Pablo Iglesias, de profesión revolucionario,
hijo de revolucionario y orgulloso portador de nombre revolucionario (que para
más inri perteneció al fundador del Partido Socialista Obrero Español, que
ahora el sucesor quiere zamparse con puño y rosa incluidos), en España gobierna
la Casta, que es una forma algo poética de decir los políticos corruptos. La
palabra ha hecho fortuna muy lejos de la exótica India y en pleno siglo XXI,
pero claro, convenientemente reformulada por el astuto politólogo, que de la
gestión de una empresa o de un país quizás no sepa demasiado, pero manejando
conceptos de antropología social aplicada es un auténtico crack. Iglesias habla
de una Casta, en singular, y no necesita aclarar si es alta, media o baja. Solo
hay una y, créanme, sus miembros son auténticos hijos de Belcebú, príncipes del
mal, individuos para arrojar al cubo de la basura cuando el escobón de Podemos
barra este país. El problema de utilizar un concepto tan sectario en un sistema
democrático – ellos o nosotros – viene con la dificultad de ponerle un límite.
¿Dónde acaba la Casta? ¿Todos los partidos políticos son Casta excepto el
nuestro? Y el de mi novia, ¿también es Casta? Todas estas preguntas habrán
rondado la mente del líder, pero no por mucho tiempo. La antropología social
aplicada siempre acude al rescate: más allá de la Casta, está el Pueblo. Y
Podemos ha nacido para liberar al Pueblo, de la Casta. Más simple que un
botijo. Que un grupo de desconocidos haya sido capaz de fundar un partido
político partiendo de la nada, y que esa formación dispute el poder a los
partidos tradicionales, me parece algo admirable y sanísimo para una democracia
necesitada de reformas como la nuestra. Pero me sobra la retórica totalitaria
de Podemos. Porque a las palabras suelen seguir los hechos. Y los hechos que se
adivinan no me gustan nada.
ISLAM (23/01/2015)
Una corriente anti-islamista recorre Europa,
soterrada, pero perfectamente visible. No se manifiesta en las tribunas
públicas, al menos no en España, pero prospera en las redes sociales donde
cualquier noticia sangrienta que guarde relación con lo islámico – y por
desgracia últimamente abundan mucho – desata a menudo una catarata de
reacciones que van subiendo de tono hasta que alguien acaba por condenar a la
religión y llamar a defendernos de sus practicantes. Alguien dirá que lo tienen
merecido, o más diplomáticamente, que existen razones objetivas que explican
esta forma de pensar. Ciertamente, si un par de enajenados no hubieran
asesinado a sangre fría a doce personas en la redacción de una revista en París,
si un ejército de criminales no se dedicara a degollar cobardemente a inocentes
en los desiertos de Irak, o si una banda de locos peligrosos no anduviera
ejecutando a miles de pacíficos campesinos en los bosques de Nigeria, en los
tres casos dando vivas a Alá y su profeta, es más que probable que no
estaríamos hablando de este tema. Por tanto, sí, puede que existan razones que
expliquen, pero no que justifiquen. Y la diferencia es esencial. El
anti-islamismo es injusto porque toma una parte – el fundamentalismo criminal –
por el todo – la comunidad de creyentes. Muchos en occidente acusan a ésta de
pasividad, de no hacer lo suficiente para extirpar el tumor maligno del
fanatismo. ¿Cómo lo saben? ¿Visitan con frecuencia las mezquitas árabes, africanas
o del Asia Central? ¿A cuántos musulmanes conocen? ¿Hablan con ellos? No saben,
no, ninguno, jamás. Sus fuentes de información suelen ser periódicos digitales de
fortuna, que buscan excitar las pasiones más bajas del lector. El resultado es
el esperable: exabruptos, radicalismo y falta de reflexión. Un estado de ánimo
que se parece demasiado al que quieren combatir.
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